
Gobernadores, intendentes, dirigentes sindicales locales y referentes comunitarios –los actores tradicionales del federalismo argentino– han adoptado una estrategia que no es ni de confrontación abierta con el presidente de la nación ni de sumisión: una especie de resistencia silenciosa.
En parte por necesidad, en parte por cálculo, la mayoría de los mandatarios provinciales ha optado por no exponerse a la lógica binaria que propone Javier Milei. No quieren ser ni enemigos declarados –blancos de sus cadenas nacionales o posteos en redes– ni aliados incondicionales del ajuste. Por eso ensayan un nuevo tipo de autonomía: discreta, gradual y enfocada en el territorio.
Un poder sin cámaras
Hoy, mientras los medios nacionales se obsesionan con los intercambios entre José Luis Espert y Axel Kicillof o con la retórica libertaria de Karina Milei, el poder efectivo empieza a mutar hacia abajo. En algunas provincias, los gobernadores ya no esperan fondos nacionales: directamente se reorganizan en clave de subsistencia. En otras, especialmente en el Norte Grande, se refuerzan los vínculos entre pares como Leandro Zdero en Chaco, Gustavo Sáenz en Salta, Raúl Jalil en Catamarca y Ricardo Quintela en La Rioja, en una lógica de bloque más que de verticalismo partidario.
En Córdoba, Martín Llaryora refuerza su perfil como gestor moderado y se distancia tanto de Milei como del kirchnerismo. En Santa Fe, Maximiliano Pullaro despliega un discurso de seguridad que le permite dialogar con la agenda nacional sin subordinación.
A su vez, los jefes comunales del Gran Buenos Aires –como Fernando Espinoza en La Matanza, Mario Ishii en José C. Paz, Andrés Watson en Florencio Varela o Julio Zamora en Tigre– ya no operan como engranajes fieles del peronismo nacional. Se replegaron sobre sus distritos, cuidan caja, comida y calle. Son menos orgánicos, pero más eficientes. Menos discursivos, más resolutivos. Leen el humor social con un oído fino y desconfían tanto del Gobierno Nacional como de La Cámpora.
Una “liga” sin nombre
No hay hoy una nueva "Liga de Gobernadores" como en los '90, ni un bloque formal como el que resistió a Mauricio Macri en 2018. Lo que hay es un archipiélago de liderazgos pragmáticos, con protagonistas como Gildo Insfrán en Formosa, Sergio Ziliotto en La Pampa, Alberto Weretilneck en Río Negro, Gerardo Zamora en Santiago del Estero o Hugo Passalacqua en Misiones, que no necesitan nombre ni doctrina para actuar. Se mueven por necesidad: mantener salarios, sostener servicios, evitar estallidos. Sin alzar la voz.
Federalismo de los hechos
El gobierno libertario, al recortar transferencias, suprimir el Fondo de Incentivo Docente, frenar la obra pública y tensionar el pacto fiscal, ha provocado algo inesperado: una forma concreta de federalismo forzado. No por convicción, sino por abandono. Y en ese hueco, la política territorial recupera iniciativa. No como épica, sino como administración.
Donde Milei desintegra, los actores locales tienden a recomponer. Si el Gobierno Nacional se especializa en la demolición, el subsuelo político argentino parece estar recuperando una vieja virtud: el arte de sostener. Callados, sin épica, sin cámaras.