25/06/2025 - Edición Nº869

Internacionales

Juventud desencantada

Solo el 17% de los jóvenes está satisfecho con la democracia en la Colombia de Gustavo Petro

25/06/2025 | Aunque la mayoría prefiere un sistema democrático, el desconocimiento institucional y la exclusión social alimentan la desconfianza de los jóvenes.



Una reciente encuesta realizada por la Fundación Friedrich Ebert ha revelado un dato preocupante: solo el 17% de los jóvenes colombianos está satisfecho con el funcionamiento actual de la democracia. Si bien el 59% afirma que la democracia es el mejor sistema, el desencanto es evidente y plantea interrogantes sobre la solidez del contrato social en las nuevas generaciones.

Este fenómeno no es exclusivo de Colombia, pero adquiere particular relevancia en un país con altos índices de violencia, desigualdad y desempleo juvenil. La brecha entre el ideal democrático y la realidad vivida alimenta la percepción de que las instituciones no cumplen con su rol, dejando un vacío que puede ser ocupado por discursos autoritarios o populistas.

Escepticismo y contradicciones

Aunque la mayoría de los jóvenes reconoce el valor simbólico del voto, solo un 10% participó en las elecciones de Consejos de Juventud. Esta disociación entre el valor de la democracia y la participación real indica una falta de confianza en los mecanismos tradicionales de representación.

También resulta alarmante que uno de cada cinco jóvenes aceptaría un gobierno autoritario si este resolviera los problemas del país. Este dato sugiere una comprensión limitada del significado profundo de la democracia y un vacío educativo sobre sus pilares fundamentales.

Falta de educación cívica

Uno de los factores críticos es el escaso conocimiento institucional. Muchos jóvenes creen que la democracia podría funcionar sin partidos políticos ni equilibrio de poderes, lo que denota un desconocimiento de conceptos básicos como la separación de poderes o la rendición de cuentas.

De acuerdo con la filosofía de Amartya Sen, la democracia no se reduce al voto periódico, sino que implica deliberación pública, protección de libertades y control institucional. Cuando estos principios no se enseñan ni se viven, el modelo democrático pierde legitimidad ante los ojos de quienes apenas ingresan a la vida ciudadana.

Contexto de exclusión y violencia

El entorno también es un factor determinante. La violencia estructural, el desempleo juvenil y la falta de oportunidades generan una sensación de abandono que se traduce en rechazo hacia el sistema. Muchos jóvenes sienten que el país no les ha cumplido, lo que fractura la confianza en el Estado.

Este desencanto no necesariamente implica apatía. Al contrario, revela un deseo de transformar las condiciones actuales, pero fuera del marco institucional. La protesta, la organización comunitaria y las redes sociales se convierten en espacios alternativos de acción, aunque con rumbos difusos.

El rol de las universidades

La educación superior tiene una responsabilidad clave en este escenario. Las universidades deberían funcionar como espacios de formación cívica y deliberativa, no solo como centros de instrucción técnica o profesional.

Fomentar el debate, el disenso informado y la participación estudiantil son pilares esenciales para reconstruir el vínculo entre juventud y democracia. Sin estos mecanismos, el aprendizaje democrático queda reducido a una teoría desvinculada de la experiencia cotidiana.

El fin de los demócratas 

La desafección de los jóvenes colombianos hacia la democracia no es resultado de su indiferencia, sino del fracaso del sistema en brindar respuestas concretas. La paradoja es clara: se valora la democracia como ideal, pero se rechaza su aplicación por considerarla ineficaz o corrupta.

En este sentido, el riesgo más grande no es la crítica juvenil, sino que esa crítica no tenga cauces democráticos. La solución pasa por restaurar la confianza desde abajo, mediante educación institucional, apertura al disenso y mejora de las condiciones materiales de vida. Solo así la democracia podrá ser comprendida no como una promesa rota, sino como una herramienta viva para el cambio.