
por Sebastián Muzi
La tarde del 25 de junio de 1978, el estadio Monumental fue el escenario de una de las páginas más gloriosas del deporte argentino: la selección de fútbol dirigida por César Luis Menotti venció 3-1 a Holanda en una emotiva final y se consagró campeona del mundo por primera vez en su historia.
El país vibró con una celebración multitudinaria que marcó para siempre la identidad futbolera nacional. No sólo festejaron los afortunados que pudieron acceder al partido decisivo, sino también los argentinos que estaban detrás de cada televisor o radio a lo largo y ancho de la patria, e incluso vaya a saber uno cuántos más lo festejaron en el exterior, lejos de sus seres queridos.
Con una actuación brillante de Mario Alberto Kempes y el aporte fundamental de otras figuras como Ubaldo Fillol, Daniel Passarella, Leopoldo Luque, Alberto Tarantini y Osvaldo Ardiles, el equipo comenzó el partido con oficio y carácter para disputar la final.
El encuentro había arrancado con mucha intensidad de ambos lados, pero Argentina consiguió anotar a los 38 minutos del primer tiempo mediante una jugada a pura gambeta entre Ardiles, Luque y el propio "Matador". Pese a ello, Holanda insistió durante todo el ST y, a falta de ocho minutos para el final, Dick Nanninga empató de cabeza a los 82'. Había cierta desazón en el cuerpo técnico de Menotti por el esfuerzo realizado durante todo el encuentro, pero hubiese sido peor si la fortuna no jugaba para la selección: en el último suspiro del tiempo reglamentario, Rob Rensenbrink enfrentó al "Pato" y casi arruina la fiesta con un remate que pegó en el palo.
Ya en el alargue, Kempes volvió a aparecer con una jugada épica: gambeteó, cayó, se levantó y definió para el 2-1. Luego, Daniel Bertoni selló el 3-1 definitivo tras una contra letal. El estadio de Núñez estalló. La vuelta olímpica, los papelitos, la copa en alto en las manos de Passarella y el llanto de Fillol... todo quedó grabado en la memoria colectiva.
Una de las postales más conmovedoras del fútbol mundial nació ese mismo día. En medio del éxtasis de todo el Monumental, el fotógrafo Ricardo Alfieri capturó una imagen que trascendió lo deportivo: mientras Fillol y Tarantini se abrazaban de rodillas, con ellos llegó un hincha sin brazos que se había metido en la cancha: Víctor Dell’Aquila.
El inesperado visitante, que había perdido sus brazos a los 12 años por una descarga eléctrica, saltó al campo de juego desde la platea tras el tercer gol argentino. Cuando el árbitro pitó el final, corrió hacia los jugadores y se unió al abrazo de los futbolistas. Sus mangas vacías colgaban en el aire, y Alfieri disparó justo en ese instante, dejando para la posteridad una imagen que vale más que mil palabras.
El fotógrafo, que en ese entonces trabajaba para El Gráfico, inmortalizó una secuencia que rápidamente se viralizó por todo el mundo (pese a que 'lo viral' aún no existía). Fue bautizada como “El abrazo del alma”, convirtiéndose en un símbolo de emoción, inclusión y pasión por la camiseta.
Hoy, a 47 años de aquel logro, el recuerdo sigue más vivo que nunca. El mundo del fútbol celebra la primera estrella de la selección argentina, el primer bordado en la camiseta, ese que dio el puntapié inicial para que hubiera "Mano de Dios" y Messias.