26/06/2025 - Edición Nº870

Internacionales

Diplomacia blindada

La rebelión de los trajes: diplomáticos de Chile se resisten a soltar los privilegios

26/06/2025 | En medio del ajuste fiscal, la élite diplomática se atrinchera en sueldos de lujo, beneficios opacos y una cultura corporativa que evita cualquier recorte.



Mientras se recortan becas, subsidios y programas sociales, un sector del Estado chileno permanece casi intacto: el servicio diplomático. En las embajadas y consulados, los sueldos millonarios, las residencias de lujo y el acceso a gastos ilimitados siguen siendo moneda corriente, sin mecanismos públicos de control ni voluntad real de reforma. La desconexión entre este pequeño mundo y las urgencias sociales del país no deja de crecer.

Los diplomáticos de carrera, muchos de ellos herederos de antiguas castas políticas, defienden con uñas y dientes su zona de confort. Con justificaciones técnicas, evasivas institucionales y vínculos transversales, han logrado evitar que los ajustes fiscales toquen sus bolsillos. En un país donde se pide austeridad al conjunto de la población, el poder exterior sigue viviendo con copa de cristal.

Una red que se protege a sí misma

Desde hace años, la Cancillería chilena funciona como una burbuja de poder poco permeable a los cambios políticos. Muchos embajadores mantienen sus cargos por décadas, sin pasar por concursos públicos ni rendición de cuentas. Aunque los gobiernos cambian, las caras en el exterior se mantienen intactas. Se trata de una red cerrada, con su propio idioma, sus propios códigos y su propio silencio.

A pesar de las promesas de transparencia de las administraciones de turno, los mecanismos de fiscalización siguen siendo internos, opacos y a menudo ineficaces. No hay auditorías externas ni obligación de publicar los gastos en plataformas abiertas. La información se fragmenta y se protege, bajo el argumento de la “seguridad diplomática”, una excusa que sirve para blindar privilegios antes que proteger al Estado.

Gastos secretos y beneficios desiguales

Los reportes internos filtrados revelan compras excesivas en arte, tecnología, vinos y mobiliario de lujo, sin relación directa con funciones diplomáticas. Muchos de estos gastos se validan con boletas mínimas o directamente no se registran. Algunos diplomáticos incluso han sido acusados de utilizar recursos públicos para fines personales, como fiestas privadas o reformas en viviendas.

Mientras tanto, el personal contratado en el extranjero —como choferes, secretarios o asistentes culturales— cobra sueldos congelados desde hace años, sin protección laboral y con escasas posibilidades de denuncia. La brecha entre los diplomáticos de carrera y los trabajadores locales en las embajadas refleja una estructura piramidal donde los derechos se aplican con criterio de casta.

Complicidades que trascienden gobiernos

Pese a las alertas y denuncias, la élite diplomática cuenta con protección política transversal. En los partidos tradicionales hay acuerdo tácito para no remover esa estructura, por miedo a perder contactos internacionales o a desatar represalias internas. A esto se suma el hecho de que muchos de los actuales altos funcionarios provienen del mismo entorno diplomático que debería reformarse.

Incluso en la administración de Gabriel Boric, que prometió transparencia y renovación estatal, el tema se evita. Fuentes cercanas al Ejecutivo reconocen que hay malestar por el costo político de confrontar a un sector que opera con códigos propios. Sin presión externa o movilización ciudadana, la posibilidad de una reforma estructural sigue estancada.

Promesas que no alcanzan

Cada vez que un escándalo estalla, la Cancillería anuncia protocolos nuevos, declaraciones éticas y mesas de trabajo. Pero los resultados son mínimos. Las estructuras no se tocan, los nombres se mantienen y las prácticas continúan. La diplomacia chilena cambia de discurso, pero no de comportamiento.

Este maquillaje institucional genera un clima de impunidad que alimenta la desconfianza pública hacia las instituciones. Mientras en Chile crece el desempleo juvenil, la crisis habitacional y el descontento por los bajos salarios, el Estado sigue financiando embajadores con chófer, chef privado y viáticos sin límite.


Sede del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile. 

La cúspide de los privilegios 

La situación de la diplomacia chilena expone una fisura profunda en la arquitectura del Estado: mientras la ciudadanía exige transparencia, equidad y eficiencia, hay sectores que se niegan a modernizarse y se atrincheran en prácticas anacrónicas. Esta “rebelión de los trajes” no solo refleja una resistencia al cambio, sino una crisis cultural sobre el sentido del servicio público.

Para reconstruir la confianza democrática, no alcanza con gestos simbólicos ni comisiones de papel. Hace falta una voluntad real de desmontar los privilegios históricos y someter a todas las esferas del Estado a control ciudadano. De lo contrario, la diplomacia chilena seguirá representando al país con una copa de cristal en la mano, pero con las espaldas al pueblo que dice servir.