
Marcelo Gallardo es el entrenador más exitoso de la historia del Club Atlético River Plate y -sin dudas- entra en el podio de los diez o cinco ídolos más importantes. Por supuesto, que el debate de idolatría es muy subjetivo y tiene que ver con lo que vivió cada generación de hinchas.
Para muchos, el Beto Alonso encabeza el primer puesto, para otros Ángel Labruna, alguno pondrá a Bernabe Ferreyra por encima de todos y quizás alguien más joven al gran Enzo Francescoli. Pero nadie duda del amor que despierta “Napoleón” en los riverplatenses, especialmente en la generación de hinchas menores a los 40 años. Este lugar de idolatría lo alcanzó recién como director técnico.
Más allá de que fue un gran enganche formado en las inferiores del club y donde supo cosechar siete títulos, entre ellos, la Copa Libertadores del 96. Luego tuvo dos regresos, uno en el 2003 para reemplazar a Andres D’Alessando y otro en el ocaso de su carrera, allá por el 2009.
En su primera vuelta, tuvo un buen papel desde lo futbolístico pero afectada seriamente por sus lesiones, mientras que en el otro regreso no lo desarrolló bien. Jugó poco y tuvo que ser uno de los referentes en un contexto institucional caótico y desastroso en lo futbolístico. Pese a eso, la hinchada le reconoció volver en un momento extremadamente malo. Gran diferencia de otros ex jugadores que prefirieron ser suplentes en equipos menores de Europa.
A partir del 2014 y con el buzo de entrenador, empezó a dejar de ser un referente para convertirse en un ídolo. Algo difícil en un club con tanta gloria que tuvo extraordinarios jugadores y cientos de campeones. La paternidad frente a Boca, la mística en el plano internacional, el respeto de la identidad futbolística y la enorme supremacía frente a los otros grandes del fútbol argentino, lo pusieron al oriundo de Merlo como un “entrenador de época” en el continente.
Su primer ciclo se divide con claridad entre un tramo inicial exitoso, donde conquistó títulos y respeto continental, y una segunda parte en la que el equipo perdió competitividad, frescura y efectividad.La primera gran diferencia entre ambos períodos fue la intensidad de juego. En sus primeros años, River era un equipo agresivo, intenso, sólido en defensa y letal en ataque.
Durante la segunda mitad del 2020 y comienzo del 2021, el equipo ya no tenía esa voracidad ofensiva y principalmente esa sólidez defensiva. Pese a eso, siguió siendo el equipo que mejor jugaba en el país hasta comienzos del 2022. Su último año del primer ciclo fue el único donde no conquistó títulos y se incorporaron 12 refuerzos. Algo parecido a lo que sucedió desde Agosto del 2024 hasta la fecha.
Hace casi 11 meses, Gallardo sorprendió a todos y volvió para reemplazar a Martin Demichelis. La expectativa era enorme ya que River estaba por jugar octavos de final de la Libertadores frente a Talleres de Córdoba y esta copa tenía un condimento especial: la final se jugaba en el Monumental. Apenas llegó, le trajeron a dos campeones del mundo como Germán Pezzella y Marcos Acuña, sumado a la llegada de Fabricio Bustos y Maximiliano Meza. Las cuatro incorporaciones completaron un total de 15 millones de dólares.
Pese a los refuerzos , el equipo se quedó afuera en la semifinal jugando muy mal frente a Atlético Mineiro en Belo Horizonte por el partido de Ida ( 0-3) y ni siquiera peleó el campeonato local. Lo único positivo de esos seis meses fue el triunfo con suplentes en la cancha de Boca con gol de Manuel Lanzini.
A principios de este año, muchos hinchas esperaban la renovación de un plantel largo y con un promedio de edad realmente alto. Pese algunas especulaciones periodísticas, la “limpieza” nunca llegó y se volvieron a traer jugadores de la etapa anterior. Enzo Pérez con sus 39 años fue el primero y además volvieron Sebastian Driussi, Gonzalo Montiel y Lucas Martinez Quarta.
Por otro lado, completaron la lista de refuerzos: Kevin Castaño, Gonzalo Tapia, Giuliano Galloppo y Matias Rojas. La inversión rondó los 45 millones de dólares y con una suma salarial que llega a los 100 millones anuales en moneda estadounidense. Un número impensado para el fútbol argentino.
Algo completamente diferente al primer mercado de pases que le tocó como entrenador por el año 2014, donde se repatrió a Carlos Sanchez y Rodrigo Mora sumado a la incorporación de Chiarini y Leonardo Pisculichi ( llegó libre). Es cierto que ese equipo venía de ser campeón con Ramon Díaz pero había perdido jugadores fundamentales como Lanzini, Carbonero y Ledesma. “Napoleón” con un mercado austero, se conformó con lo que tenía y se puso manos a la obra. Armó un equipazo que logró la Copa Sudamericana y con prácticamente los mismos nombres consiguió al otro año, la tan ansiada Libertadores.
Otra diferencia a lo que sucede actualmente, es la cantidad de profesionales con lo que trabaja Gallardo. Durante todo su primer ciclo, exceptuando el 2022, entrenaba con 24 o 25 profesionales. Actualmente, son 31 y solamente hay 4 juveniles. En los primeros planteles del “Muñeco”, había mucha más cantidad de chicos provenientes de las inferiores que eran parte del plantel.
Volviendo a lo futbolístico, el equipo solamente tuvo funcionamiento en un tramo corto del semestre donde en el medio ganó el superclásico y dos partidos de Copa Libertadores jugando muy bien. En casi 10 meses, no se vió casi nada del ciclo exitoso anterior.
Los primeros años, especialmente 2014 y 2015, Gallardo armaba equipos compactos, con líneas cortas y un mediocampo combativo. Luego, el del 2018 y principalmente el del 2019 apostó por un juego más estético y asociativo.
El del último tiempo no tuvo ni agresividad, ni sólidez, ni fluidez. Jugadores con temple de copa. La relación con los refuerzos fue otro punto clave. En la primera parte, el DT acertó con incorporaciones como Alario, Nacho Fernández, Scocco y Armani. En esta muchas apuestas no rindieron: Gonzalo Tapia, Matias Rojas o Maximiliano Meza, entre otros.
Otro aspecto importante fue la mentalidad. El River de Gallardo se creía capaz de todo. Este parece lleno de dudas y falto de hambre. Salvo en los superclásicos, no aparece en los encuentros claves. Las transiciones defensivas se volvieron un problema. Antes, River defendía en bloque, con gran coordinación. Este, producto de tener un mediocampo con jugadores longevos sufre los retrocesos, sumado a que se ve una lentitud y desorden también en los centrales, principalmente cuando juega Pezzella.
Gallardo siempre apostó a su idea, pero en esta segunda etapa se notó menos flexibilidad. En lugar de adaptarse a los momentos, buscaba que el equipo se adapte a su plan, incluso cuando no tenía las piezas adecuadas para ejecutarlo. Quedó demostrado en la formación inicial frente a Urawa Red Diamonds en el debut del Mundial de Clubes, donde siguió apostando por un mediocampo lento frente a un rival que tenía como principal virtud la intensidad física en la mitad de la cancha.
En el segundo encuentro con Monterrey, sucedió algo parecido. Apostó por un mediocampo más equilibrado y Facundo Colidio quedó muy sólo como único delantero. Durante el primer tiempo, River no lastimó con claridad a un conjunto timorato que consiguió el empate. Con el ingreso de Borja en los últimos 20 minutos, el equipo generó situaciones de gol y podría haberlo ganado.
De cara al segundo semestre y en la búsqueda de renovar energías, Gallardo deberá afrontar el desafío de volver a armar un equipo con su sello para ir por la Libertadores y pelear el campeonato local. El muñeco debe volver a ser napoleón.