01/07/2025 - Edición Nº875

Opinión


Altares del Siglo XXI

Diplomacia del alma: el Vaticano ante los conflictos del mundo

29/06/2025 | De la Roma imperial al mundo hiperconectado, los pontífices han tenido que tomar posición frente al conflicto. Silencio, mediación, denuncia. ¿Qué puede hacer hoy León XIV ante un planeta en llamas?



No es sencillo ser Papa en tiempos de guerra. Nunca lo fue. Porque el poder espiritual no tiene tanques, ni drones, ni acciones en Wall Street. Y sin embargo, cuando el mundo arde, todas las miradas vuelven, tarde o temprano, hacia esa figura vestida de blanco, esperando una señal. Una palabra. Un gesto. Algo.

Hay un lugar extraño que solo el Papa habita, el de la autoridad sin fuerza, el de la soberanía sin armas, el del liderazgo que no manda pero que, a veces, conmueve. Desde los primeros siglos de la Iglesia, cuando los emperadores definían la paz con espadas, hasta hoy, cuando la diplomacia digital choca contra las bombas inteligentes, el Pontífice ha sido convocado a lo imposible, hacer de la fe un puente en medio del fuego cruzado. Y aunque la historia no siempre lo recuerde, la Sede de Pedro ha sido testigo, y a veces protagonista, de los momentos más oscuros del planeta. ¿Qué puede hacer un Papa frente a una guerra? Más de lo que parece. Pero nunca sin costo.

De León I a León XIV: una historia de tensiones

Corría el año 452 cuando el papa León I enfrentó cara a cara a Atila, el temido rey de los hunos. No llevaba espadas ni legiones, pero logró algo inaudito, convencerlo de no arrasar Roma. Nadie sabe exactamente qué se dijeron. Lo cierto es que Atila se retiró. Fue uno de los primeros gestos de lo que hoy llamaríamos “diplomacia vaticana”: sin violencia, pero con firmeza.

Siglos después, durante las Cruzadas, otros Papas eligieron una vía muy distinta. Predicaron la guerra santa, bendijeron ejércitos, prometieron el cielo a cambio de sangre. Fueron tiempos duros, contradictorios, donde la Iglesia confundió poder con fe. Pero también fueron la antesala de una larga autocrítica.

En el siglo XX, el horror volvió con otro rostro. Durante la Primera Guerra Mundial, Benedicto XV clamó por la paz como “la inútil matanza”, pero nadie lo escuchó. Durante la Segunda, Pío XII prefirió la prudencia, su silencio ante el Holocausto fue duramente criticado, aunque también hay pruebas de acciones secretas para salvar vidas. Fue un dilema brutal: hablar y poner en riesgo a miles de católicos, o callar y cargar con la historia.

Después vinieron otros tiempos. Juan XXIII escribió Pacem in Terris cuando el mundo temblaba por los misiles en Cuba. Juan Pablo II, con su fuerza incansable, se opuso a la guerra en Irak, criticó la cultura del descarte y fue clave en el fin del comunismo en Europa del Este. Y Francisco, ya en el siglo XXI, eligió alzar la voz en un mundo fragmentado: migraciones, conflictos olvidados, crisis climática, noticias falsas. “Todo está conectado”, decía. Y así vivió su pontificado, conectando el Evangelio con las urgencias del mundo.

León XIV y la herencia de un mundo roto

Hoy, el nuevo Papa, León XIV, asume en un escenario que combina las heridas de todos los siglos anteriores. Guerras como la de Ucrania; desinformación global, refugiados invisibles, odios reciclados. Ya en sus primeras intervenciones públicas denunció la “arbitrariedad de quienes imponen la ley del más fuerte” y habló de la guerra como “derrota de toda humanidad”.

Sus palabras, pronunciadas en encuentros con delegaciones orientales, en homilías simples y sin gestos grandilocuentes, resuenan como un eco de sus predecesores pero con tono propio: menos espectacular, más táctico. Ha pedido la liberación de rehenes en Gaza, ha condenado los bombardeos a civiles en Ucrania, y ha insistido en la necesidad de “reconstruir el tejido del derecho internacional” como único camino hacia la paz duradera.

No se presenta como salvador ni como mediador mesiánico. Pero tampoco evade el rol que le toca. Consciente de que las guerras del siglo XXI ya no se libran solo con armas, sino también con narrativas, miedos e indiferencias.

¿Qué puede hacer el Vaticano hoy?

Mucho más de lo que se cree, aunque distinto a lo que se espera. La Santa Sede es uno de los pocos actores globales que puede hablar con todos sin representar a nadie. No responde a bloques geopolíticos ni a agendas partidarias. Tiene embajadores en casi todos los países y mantiene canales abiertos con enemigos declarados entre sí.

En las últimas semanas, León XIV ha retomado esa tradición con reuniones con líderes internacionales, enviados humanitarios, miembros de Iglesias devastadas por los conflictos. Pero lo más importante no está en la foto, está en la actitud. No buscar protagonismo, sino soluciones. No competir por el micrófono, sino por la paz. Sin ingenuidad, pero con convicción.

Porque, al fin y al cabo, lo que un Papa puede ofrecer no es poder, sino autoridad moral. Y en un mundo que relativiza todo, ese puede ser el bien más escaso.

La paz no es una utopía

Tal vez, lo que la Iglesia tiene para aportar no es la solución de los conflictos, sino el recuerdo de por qué vale la pena resolverlos. Cuando León XIV dice que “la guerra es siempre una derrota”, citando a Franciso, no habla como político, sino como quien escucha, desde hace siglos, el llanto de madres, la orfandad de pueblos, el silencio de los muertos.

Y si su voz todavía conmueve, es porque no se alza desde la comodidad, sino desde una historia larga, a veces torpe, a veces luminosa, donde la fe no fue cómplice del poder, sino su límite.

Hoy el mundo necesita otra forma de liderazgo. Más valiente que ruidoso, más humano que técnico y más comprometido con la vida que con las victorias.

Y tal vez ahí, entre las ruinas, entre las cúpulas y las bombas, entre las dudas y la esperanza, un hombre vestido de blanco, como tantos otros antes que él, siga recordando que la paz no es debilidad. Es coraje. El más difícil de todos.