
Venezuela dio un paso histórico en su cooperación militar con Rusia al inaugurar la primera fábrica de municiones Kalashnikov en América, ubicada en Maracay, estado Aragua. El proyecto, iniciado en 2006 bajo el gobierno de Hugo Chávez, fue reactivado con fuerza tras el reciente encuentro entre Vladímir Putin y Nicolás Maduro en Moscú, donde ambos mandatarios firmaron nuevos acuerdos de defensa.
La planta forma parte del complejo de la Compañía Anónima Venezolana de Industrias Militares (CAVIM) y marca un punto de inflexión en la estrategia de soberanía armamentística del país. Esta inauguración no solo representa la concreción de un antiguo anhelo bolivariano, sino también un gesto de reafirmación geopolítica frente a Occidente, en medio de un escenario internacional dominado por sanciones y tensiones militares crecientes.
La fábrica de Maracay posee cuatro líneas de producción especializadas: dos de cartuchos con núcleo de acero y dos más para balas trazadoras y de fogueo, todas en el calibre 7,62×39 mm, diseñadas para alimentar fusiles AK-103. La capacidad operativa anual alcanza los 70 millones de cartuchos, destinados principalmente a abastecer a las Fuerzas Armadas Nacionales Bolivarianas.
La infraestructura incluye campos de prueba balística, almacenes blindados y sistemas de gestión de residuos industriales, lo que la posiciona como una de las instalaciones más modernas del continente. Aunque por ahora solo produce munición, las autoridades venezolanas confirmaron que la segunda fase contemplará la fabricación de los propios fusiles AK-103 en territorio nacional.
El proyecto es fruto directo de la alianza con la corporación estatal rusa Rosoboronexport, brazo exportador del conglomerado Rostec, que supervisó la instalación de los sistemas industriales. A pesar de los embates diplomáticos y las sanciones de Estados Unidos y la Unión Europea, la cooperación técnica entre ambos países ha perdurado, consolidando una relación bilateral que se remonta a más de dos décadas.
Según voceros oficiales, la fábrica no solo busca garantizar independencia militar, sino también posicionar a Venezuela como un futuro proveedor regional de armamento ligero. Esta perspectiva ha generado preocupación en sectores diplomáticos del continente, que ven en esta instalación una posible vía de expansión del influjo ruso en América Latina.
El convenio original para construir la planta fue firmado en 2006, pero su ejecución enfrentó numerosos retrasos: corrupción, falta de insumos, cambios políticos internos y trabas tecnológicas. No fue sino hasta 2024 cuando, bajo presión de intereses comunes con Moscú, el proyecto fue retomado con prioridad estratégica.
Entre 2012 y 2013, CAVIM había ensamblado algunos lotes de fusiles AK‑03, pero sin la infraestructura necesaria para sostener una producción autónoma y continua. Con esta nueva planta en pleno funcionamiento, Venezuela puede cerrar el ciclo de dependencia de importaciones para municiones básicas.
🚨 ÚLTIMA HORA: Rusia inaugura una fábrica de munición Kalashnikov en Venezuela tras acuerdo cerrado hace varios años con la tiranía chavista pic.twitter.com/6znlJZmd7G
— Emmanuel Rincón (@EmmaRincon) July 3, 2025
La corporación estatal de armamento Rostec ha construido una fábrica en Venezuela para producir munición…
La inauguración de esta fábrica tiene un alto valor simbólico y estratégico: Venezuela se consolida como el primer país del hemisferio occidental en fabricar municiones para rifles Kalashnikov en suelo propio. Esta movida no solo robustece su poder militar interno, sino que amplía los márgenes de acción de Rusia en una región tradicionalmente bajo la influencia de EE. UU.
Desde una lectura geopolítica, el proyecto representa un desafío directo al orden hemisférico tradicional, y anticipa una etapa de mayor militarización y alineamientos alternativos. La autonomía lograda no es solo técnica; es un mensaje: Venezuela está decidida a fabricar su propio camino, bala a bala.