
A los 90 años, el Dalái Lama se encuentra en el centro de una disputa que no es solo espiritual, sino también geopolética. Desde Dharamshala, el líder budista tibetano no solo celebró su aniversario con oraciones y festividades, sino que lanzó una señal inequívoca: su sucesor no será elegido bajo el control de Pekín.
Acompañado por miles de fieles y figuras internacionales como Richard Gere, reafirmó su compromiso con la no violencia y la autodeterminación del pueblo tibetano. El simbolismo de su longevidad se convirtió en una herramienta política, proyectando estabilidad frente a los intentos de intervención externa.
El conflicto por la sucesión del Dalái Lama es una extensión simbólica y diplomática de la disputa por el futuro del Tíbet. Pekín insiste en que tiene derecho a validar al próximo Dalái Lama, alegando precedentes históricos como la llamada “urna de oro” usada durante la dinastía Qing.
El gobierno chino considera que controlar el linaje espiritual es clave para afianzar su dominio territorial y religioso sobre el Tíbet. En respuesta, el Dalái Lama reiteró que solo su fundación, el Gaden Phodrang Trust, tendrá autoridad para identificar a su reencarnación.
Las declaraciones del líder tibetano llegan en un contexto de crecientes tensiones diplomáticas entre China e India. El ministro indio Kiren Rijiju se pronunció de manera contundente: “Nadie tiene derecho a interferir en la elección del sucesor del Dalái Lama”. India no solo acoge al líder espiritual tibetano desde 1959, sino que hoy refuerza su rol como garante de su independencia religiosa.
Este respaldo oficial representa una postura más firme frente a las pretensiones de Pekín, y redefine el rol de India como actor clave en la custodia del legado tibetano. La rivalidad regional se entrelaza así con el conflicto espiritual, fortaleciendo el frente diplomático del exilio tibetano.
Desde Washington, el secretario de Estado Marco Rubio también manifestó su apoyo, subrayando que la decisión sobre la sucesión debe permanecer en manos de los tibetanos. En paralelo, el actor y activista Richard Gere pidió a la comunidad internacional que se prepare para un futuro sin el Dalái Lama presente físicamente, pero con su legado vivo.
El respaldo estadounidense no es solo simbólico: forma parte de una estrategia de presión más amplia frente al avance de la influencia china en ámbitos religiosos, políticos y culturales. Washington considera esta disputa un punto sensible dentro del tablero del Indo-Pacífico.
En su discurso, el Dalái Lama manifestó que espera vivir más de 130 años, una declaración simbólica que busca reafirmar su liderazgo y tranquilizar a sus seguidores frente al incierto escenario de su sucesión. Esta aspiración a la longevidad va más allá de la biología: busca dilatar el momento de la transición para dejar claro el camino institucional y espiritual.
Además, refuerza su figura como una autoridad viva y vigente frente a los intentos de Pekín por establecer un "Dalái Lama paralelo". Su mensaje se enfoca en asegurar una continuidad autónoma, sin que el liderazgo espiritual sea absorbido por estructuras ajenas.
El Gobierno tibetano en el exilio, liderado por Penpa Tsering, mantiene canales discretos de comunicación con Pekín. Sin embargo, el escepticismo domina: no se esperan concesiones significativas por parte del gobierno chino, que ha consolidado su presencia militar, económica y cultural en el Tíbet desde hace décadas.
La diplomacia tibetana apuesta por una vía intermedia, buscando autonomía sin independencia, pero incluso esa posición módica ha sido rechazada sistemáticamente por las autoridades chinas. Aún así, el exilio tibetano mantiene su estrategia de resistencia diplomática y visibilización internacional.
A mediano plazo, el riesgo de que surjan dos figuras rivales —un Dalái Lama validado por el exilio tibetano y otro por el Partido Comunista Chino— no es descartado por analistas. Un precedente relevante es el caso del Panchen Lama: China impuso su propia versión en 1995, mientras que el niño identificado por el Dalái Lama como verdadero fue desaparecido.
Este escenario fracturaría a la comunidad budista tibetana global y podría alimentar una crisis de legitimidad de escala internacional. El dilema central no es solo teológico sino estratégico: quién controlará el relato espiritual del Tíbet y con qué legitimidad.
Happy 90 th birthday to
— Tseegii (@Moana7884149932) July 6, 2025
His holiness the Dalai Lama 🙏🙏🙏 pic.twitter.com/tnkCoPvN61
En esta contienda, el Dalái Lama parece haber trazado una hoja de ruta clara para impedir que su legado sea manipulado. Su apuesta combina espiritualidad, diplomacia y pragmatismo institucional, con el objetivo de garantizar la continuidad de su linaje sin concesiones a Pekín.
Mientras tanto, desde las montañas del norte indio, su mensaje sigue siendo el mismo: paz, autonomía cultural y una lucha sin violencia por preservar la identidad tibetana. La historia del Tíbet sigue escribiéndose bajo el eco de un liderazgo que, a sus 90 años, se niega a desvanecerse.