
África, cuna de grandes civilizaciones como el Imperio de Mali, el Reino de Axum y el Imperio de Kush, atraviesa hoy una fase de inestabilidad política y social marcada por regímenes autoritarios. Aunque el continente ha sido testigo de notables logros y estructuras de poder sostenibles a lo largo de su historia, la persistencia de dictadores en el siglo XXI ha puesto freno a su progreso. Este fenómeno no solo es el resultado de factores recientes, sino también de un complejo entramado histórico donde se combinan la herencia colonial, el saqueo de recursos y la debilidad institucional.
Desde la Conferencia de Berlín (1884-1885), que dividió África en fronteras artificiales, el continente ha sufrido las consecuencias de una colonización que desestabilizó sociedades que, en muchos casos, ya habían demostrado una organización política ejemplar. Antes de la llegada de las potencias coloniales, África era un continente con estructuras políticas complejas y sociedades profundamente resilientes.
Por ejemplo, la dinastía salomónica de Etiopía gobernó ininterrumpidamente desde 1270 hasta 1974, siendo la segunda casa real más estable del mundo, después de la japonesa. Durante siglos, la Iglesia ortodoxa etíope también ha mantenido sus ritos e instituciones inalterados, existiendo de forma continua desde el siglo IV. Estas estructuras duraderas son testimonio de la capacidad de África para crear sistemas políticos sólidos y sostenibles mucho antes de la llegada de los europeos.
En otras partes del continente, la dinastía Saifwa del Reino de Kanem (hoy entre Nigeria y Chad) gobernó de manera ininterrumpida desde 1100 hasta 1846, mientras que la dinastía Hova de Imerina en Madagascar permaneció al poder durante 477 años hasta la colonización francesa en 1897. Si no hubieran sido colonizados, es posible que estos reinos aún perduraran.
Los Obas yoruba, reyes sagrados en Nigeria, son otro ejemplo de longevidad política. La genealogía de los obas de la ciudad de Benín puede trazarse hasta el siglo XII. Benín fue una de las civilizaciones más avanzadas de su época, conocida por su arte, arquitectura y sofisticación social.
Además de las dinastías, muchas ciudades africanas han mostrado una resistencia extraordinaria a lo largo de los siglos. Mogadiscio, por ejemplo, ha existido de manera continua desde los siglos VIII o IX, mientras que las ciudades Swahili del este de África, que fueron puntos clave en las rutas comerciales transoceánicas, tienen una historia que abarca más de mil años. El Reino de Kush en Sudán, contemporáneo del Imperio Romano, tuvo una existencia de más de 1,000 años antes de su colapso alrededor del 350 d.C.
El Reino cristiano de Alodia en Sudán también fue una civilización longeva, con una duración de entre 700 y 900 años, construyendo palacios, castillos y catedrales en el desierto. Estas sociedades, con sus raíces profundas y resiliencia, demuestran que África ha tenido sistemas políticos duraderos mucho antes de las intervenciones extranjeras.
Más allá de las monarquías y los imperios, África ha sido hogar de sociedades no estatales que han demostrado ser incluso más estables. Los Mbuti, un grupo de cazadores y recolectores en las selvas de África Central, han mantenido su estilo de vida durante decenas de miles de años. Asimismo, el sistema Gadaa de los Oromo en el Cuerno de África ha funcionado como una forma de organización política asamblearia durante más de mil años, mostrando cómo las sociedades africanas, incluso sin estructuras estatales formales, han podido mantenerse organizadas y funcionales.
El panorama político contemporáneo de África, sin embargo, está marcado por la permanencia de dictadores autoritarios. Líderes como Teodoro Obiang de Guinea Ecuatorial (en el poder desde 1979) y Paul Biya de Camerún (gobernando desde 1982) han usado tácticas de represión y corrupción para perpetuar su dominio. A menudo, el apoyo de potencias extranjeras, que buscan acceso a recursos estratégicos, ha jugado un papel importante en mantener a estos regímenes autoritarios en el poder.
El legado de las dictaduras militares y los regímenes unipersonales ha socavado la confianza de las instituciones democráticas en muchos países africanos. Países como Zimbabue, bajo el liderazgo de Robert Mugabe, han experimentado colapsos económicos y crisis humanitarias tras años de políticas autoritarias. En muchos casos, las reformas constitucionales para permitir mandatos indefinidos y el control de los recursos nacionales han obstaculizado el progreso y fomentado la desigualdad.
A pesar del autoritarismo y la inestabilidad política, las lecciones de las antiguas civilizaciones africanas siguen vivas en la memoria colectiva del continente. Las nuevas generaciones africanas, impulsadas por un deseo de cambio, están desafiando los regímenes autoritarios. Movimientos como #EndSARS en Nigeria o las protestas en Zimbabue reflejan el creciente deseo de democracia y justicia en el continente.
Con una población joven y dinámica, y con un potencial económico y cultural aún sin explotar, África sigue siendo una tierra de esperanza y resiliencia. El desafío está en fortalecer las instituciones democráticas, combatir la corrupción y permitir que las naciones africanas construyan un futuro basado en sus propias historias y culturas.