
En la antesala del 9º Congreso del Partido Comunista de Cuba, previsto para abril de 2026, Miguel Díaz-Canel volvió a utilizar la retórica revolucionaria como escudo frente a los crecientes reclamos sociales. "La dignidad no es negociable", afirmó, apelando una vez más a un concepto abstracto que intenta disimular la falta de soluciones concretas. El discurso llega en un momento de aguda crisis energética, deterioro económico y fatiga social generalizada.
La exaltación del "heroísmo cotidiano" del pueblo cubano se convierte, en boca del mandatario, en una fórmula para eludir responsabilidades. Mientras los apagones se multiplican y las condiciones de vida se degradan, Díaz-Canel insiste en una narrativa que romantiza la precariedad y congela la posibilidad de cambios estructurales reales.
El 9º Congreso del Partido se perfila como otro intento por simular apertura sin modificar el núcleo autoritario del régimen. Las promesas de debate y redefinición no ocultan que el discurso de la dignidad funciona como cortina ideológica para mantener intacto el poder del Estado. En lugar de facilitar reformas urgentes, el gobierno parece decidido a limitar cualquier transformación con argumentos simbólicos vacíos.
En este contexto, la dignidad deviene excusa: sirve para legitimar el inmovilismo y preservar los privilegios de una cúpula que se niega a reconocer el agotamiento del modelo. La tensión entre ortodoxia y pragmatismo no está resuelta, pero el rumbo actual sugiere una clara preferencia por la rigidez.
Uno de los aspectos más graves del presente cubano es el colapso del Sistema Eléctrico Nacional. Las causas son conocidas: falta de inversión, tecnología obsoleta y gestión ineficiente. Pese a ello, el gobierno sigue culpando a factores externos, evitando asumir la responsabilidad por décadas de negligencia.
La población, sin embargo, vive la realidad sin filtros: cortes prolongados de luz, impacto en la producción, y un creciente hartazgo que ni la retórica heroica ni los llamados al sacrificio consiguen calmar. Las demandas de transparencia, eficiencia y reforma real siguen sin respuesta.
La narrativa de la dignidad revolucionaria, utilizada desde los tiempos de Fidel Castro, ha perdido capacidad movilizadora. Para buena parte de los cubanos, en especial los jóvenes, estos discursos suenan vacíos, repetitivos y desconectados de la realidad. La apelación constante a resistir, sin ofrecer salidas viables, desgasta la legitimidad del liderazgo.
Lejos de fortalecer al pueblo, la insistencia en estas fórmulas lo expone al desgaste: cada vez resulta más evidente que no hay estrategia más allá del aguante. La frustración crece y la credibilidad del gobierno se erosiona a ritmo acelerado.
"El régimen de La Habana es el muro de Berlín de nuestros tiempos"
— DW Español (@dw_espanol) June 27, 2025
La coordinadora de la iniciativa civil Cuba Decide, Rosa María Payá, denuncia que el Gobierno cubano de Miguel Díaz-Canel es "un régimen criminal" y que para salir de la crisis hay que salir de "una dictadura que… pic.twitter.com/DlFHlmncZ3
La afirmación de que "la dignidad no es negociable" tiene una alta probabilidad (85%) de operar como mecanismo de control simbólico, destinado a frenar cualquier posibilidad de reforma sustancial. La retórica oficial busca mantener el statu quo, aunque ello implique ignorar el clamor social por cambios reales.
A mediano plazo (probabilidad del 70%), la falta de respuestas tangibles puede llevar a una ruptura crítica entre la dirigencia y la ciudadanía. La dignidad, por sí sola, no enciende bombillas ni llena platos. Si el liderazgo insiste en ocultar el colapso con frases, el sistema corre el riesgo de colapsar con él.