
Las recientes declaraciones de Johannes Kaiser sobre el golpe de Estado de 1973 generaron reacciones airadas, pero también obligan a abrir un debate profundo sobre cómo Chile recuerda su historia. En un país que ha convertido el 11 de septiembre en un símbolo de trauma, Kaiser propone una mirada alternativa: el golpe como una respuesta, equivocada o no, a un callejón sin salida democrática.
Kaiser no negó los abusos ocurridos durante la dictadura, pero cuestionó que el debate histórico esté monopolizado por una única lectura moralizante. "No se puede entender el 73 sin mirar el caos económico, la polarización, el desabastecimiento y el quiebre del orden constitucional", declaró. Para muchos, estas palabras relativizan el autoritarismo; para otros, se trata de un intento de complejizar un relato anquilosado.
Durante años, la narrativa hegemónica sobre el golpe ha centrado su énfasis en las víctimas de la dictadura, lo que es absolutamente legítimo. Sin embargo, esa énfasis ha silenciado muchas veces las causas que llevaron a esa ruptura institucional, incluyendo el fracaso de las instituciones democráticas para contener la violencia política y la crisis económica previa al 11 de septiembre.
Kaiser apunta a esa omisión, no como justificación del golpe, sino como parte de un esfuerzo por ampliar la memoria histórica. "No se trata de justificar, sino de comprender", insistió. Este enfoque choca frontalmente con un sector que considera que el pasado debe ser cerrado con una sola versión aceptable: la de la dictadura como pura aberración.
La reacción contra Kaiser revela cómo ciertos sectores del debate público han convertido la memoria en trinchera, más que en espacio de reflexión. Cualquier intento de matiz, de poner el contexto sobre la mesa, es rápidamente tachado de negacionismo. Así, la discusión histórica se empobrece, se torna dogmática, y la sociedad pierde la oportunidad de entender sus fracturas.
No se trata de blanquear los crímenes ni de exculpar a los responsables. Pero el país necesita asumir que los procesos históricos son complejos y que las causas de un colapso institucional no se explican solo por quienes lo ejecutaron, sino también por quienes lo hicieron inevitable.
Es hora de eliminar el financiamiento público a los partidos políticos. Pozo millonario: voto obligatorio eleva botín de campaña para partidos de presidenciables - La Tercera https://t.co/OCnz4jff1D
— Johannes Kaiser. Diputado por el distrito 10 (@Jou_Kaiser) July 7, 2025
Parte de la controversia se explica porque las nuevas generaciones crecieron sin vínculo emocional con el 73. Para muchos jóvenes, el golpe es un dato escolar, no una experiencia vital. En ese vacío, la construcción de memoria se vuelve disputa ideológica pura, y cualquier intento de ampliar el marco se recibe como una amenaza.
Kaiser interpela a esa generación: la invita a revisar los hechos, a desafiar los manuales, a debatir sin miedo. Aunque eso incomode. Porque solo un país que discute su pasado con madurez está preparado para enfrentar su futuro.
El espejo de Kaiser: ¿Quién formó y pidió a los militares?
— Johannes Kaiser. Diputado por el distrito 10 (@Jou_Kaiser) July 6, 2025
En Chile se ha instalado una cómoda narrativa sobre las violaciones a los derechos humanos: los malos fueron los militares, y el resto, meros espectadores inocentes. Pero Johannes Kaiser ha hecho lo que pocos se…
Kaiser podrá ser acusado de provocador, pero su postura también revela una carencia: Chile ha congelado el debate sobre su memoria histórica en una versión unívoca que ya no dialoga con la diversidad del presente. Reabrir la conversación puede ser incómodo, pero también es indispensable.
El golpe de 1973 fue un hecho trágico, pero no fue inexplicable. Asumir esa complejidad no es justificarla, sino impedir que los errores se repitan por falta de comprensión. Y en eso, Johannes Kaiser ha puesto el dedo en una llaga que Chile aún no se atreve a sanar.