
Mucho antes de convertirse en la superestrella global y masiva que hoy conocemos, Katy Perry estuvo al borde de abandonar su sueño americano. Lo que muy pocos saben es que, en uno de los momentos más oscuros de su carrera, Japón le ofreció una segunda oportunidad con una nueva identidad artística: Katy Sakura.
Como comienzan algunas historias, esto empezó con un fracaso. A los 16 años, Katy lanzó un álbum de góspel bajo su nombre real, Katy Hudson. Vendió menos de 200 copias y pasó completamente desapercibido. Sin embargo, lejos de rendirse, apostó por reinventarse como cantante pop.
Firmó con grandes discográficas, grabó temas prometedores como “Hook Up”, “Long Shot”, “Box”, “Diamond” y “Simple” -algunos incluso con videoclips-, pero las compañías decidieron no lanzar el material. La carrera musical de Katy Perry pendía de un hilo y se hundía en las penumbras.
En un giro inesperado, y buscando un nuevo rumbo, se fue a Tokio. Allí encontró lo que no hallaba en casa: entusiasmo, apertura y una fuerte conexión con su estilo y personalidad. Su estética colorida, su energía escénica y su frescura captaron de inmediato la atención de productores japoneses, quienes le ofrecieron una reinvención total como cantante de J-pop bajo el nombre artístico de Katy Sakura (カティ・サクラ).
Grabó un single que finalmente no fue editado y en otra decisión que le cambió la vida eligió regresar a Los Ángeles, grabar One of the Boys y lanzar “I Kissed a Girl”, el tema que cambiaría su vida para siempre. Katy Perry nunca llegó a ser artista de J-Pop pero sin dudas que la influencia de ese país la siguió acompañando en su estética durante años.