
A solo días del cuarto aniversario de las protestas del 11 de julio de 2021, el presidente cubano Miguel Díaz-Canel lanzó un llamado a enfrentar a los críticos del régimen, reeditando una estrategia de intimidación y censura. El mensaje, diseminado por canales oficiales y cuentas institucionales, expone una vez más el uso sistemático del discurso patriótico como mecanismo de represión simbólica y control ideológico.
Apelando a emociones nacionalistas, Díaz-Canel afirmó que "nos toca defender a la patria como defenderíamos a nuestras madres", una frase que busca fundir la obediencia al régimen con valores afectivos, en un intento por silenciar el disenso con una moral forzada. El llamado fue dirigido a los "cibercombatientes", una red coordinada que opera en redes sociales para atacar a disidentes, encubrir la ineficiencia del gobierno y amplificar propaganda oficialista.
Cada aniversario del 11-J se ha transformado en una oportunidad para el régimen de reforzar la vigilancia, castigar la protesta y criminalizar la crítica. Desde 2022, el gobierno implementa medidas represivas como arrestos domiciliarios arbitrarios, cortes selectivos de internet y vigilancia extrema, mostrando su incapacidad para dar respuestas políticas reales a las demandas ciudadanas.
La evocación del 11-J como acto de "resistencia revolucionaria" encubre el miedo del gobierno ante un posible estallido social, alimentado por la crisis económica, la falta de libertades y un deterioro de las condiciones de vida que ya no puede ocultarse con discursos heroicos.
Díaz-Canel insistió en la necesidad de copar el espacio digital con perfiles afines al régimen, instruyendo una campaña de saturación mediática que elimina la pluralidad y busca asfixiar el debate público. Esta red opera tanto con identidades reales como anónimas, y se nutre de la desinformación, el hostigamiento digital y la delación coordinada.
La estrategia de comunicación oficial no se limita al entorno virtual: va acompañada de persecución offline, censura sistemática y uso del miedo como herramienta de control, agravando la situación de derechos humanos en la isla.
El presidente volvió a instrumentalizar la historia, invocando figuras como cimarrones y mambises para equiparar la independencia con la defensa de un sistema autoritario y sin renovación democrática. Esta manipulación del pasado busca justificar la represión actual bajo un relato glorificado y anacrónico.
El revisionismo histórico se ha vuelto un pilar propagandístico ante la pérdida de apoyo popular. En lugar de reconocer la crisis presente, el gobierno insiste en crear una continuidad moral ficticia para sostener su legitimidad.
El discurso también funcionó como advertencia hacia la comunidad internacional, recordando que el aparato de seguridad está activo y dispuesto a reprimir ante cualquier muestra de disenso. Mientras organismos y gobiernos como el de Estados Unidos sancionan a funcionarios cubanos, La Habana refuerza su imagen de fortaleza represiva.
A través de esta narrativa, el oficialismo intenta blindar su hegemonía y sofocar cualquier posibilidad de cambio, incluso al interior de sus propias estructuras.
#11JAniversario Como cualquier fecha que deja una huella profunda, cada cubano sabe qué estaba haciendo cuando se enteró de las protestas del 11 de julio de 2021 (11J)... Más aquí https://t.co/wwCLLKMipO pic.twitter.com/o5Fmnwx3iV
— 14ymedio (@14ymedio) July 12, 2025
El mensaje de Díaz-Canel es un retrato de debilidad disfrazado de firmeza: ante la falta de soluciones, solo queda apelar al miedo, a la nostalgia fabricada y al control digital. La estrategia de polarización permanente no busca cohesión nacional sino aislar y criminalizar a quienes cuestionan el status quo.
En lugar de escuchar el clamor de una ciudadanía agotada, el régimen responde con más represión simbólica, más vigilancia y una historia manipulada. El aniversario del 11-J no es una celebración de resistencia, sino un espejo que refleja el fracaso de un modelo incapaz de ofrecer futuro.