
Con el aval de la presidenta Claudia Sheinbaum y del mandatario colombiano Gustavo Petro, México albergará un foro ideológico impulsado por el oficialismo regional. El evento, llamado Segundo Congreso Panamericano de la Nueva Agenda Progresista, se celebrará entre el 31 de julio y el 3 de agosto en la Ciudad de México, y se presenta como una respuesta política a la articulación de sectores conservadores.
Organizado con fuerte participación del partido Morena, el congreso repite la fórmula de la edición anterior en Colombia (2023), aunque ahora con un tono más institucional. Más de 60 legisladores autodenominados progresistas participarán junto a intelectuales afines, en lo que se perfila como una cumbre ideológica partidaria antes que un espacio plural.
El encuentro busca erigirse como un contrapeso al bloque conservador, tomando como referencia a la CPAC y figuras como Milei, Abascal o Bolsonaro. Sin embargo, lejos de generar consensos amplios, el foro parece centrarse en reforzar los marcos discursivos de una izquierda encerrada en su burbuja ideológica.
El documento base denuncia "ataques de redes autoritarias bien financiadas", en un diagnóstico que omite autocríticas o revisión de errores de gestión de los gobiernos progresistas. Las propuestas giran en torno a consignas generales como defensa de la democracia, justicia social y transición ecológica, sin aterrizar en políticas públicas viables.
Entre los participantes confirmados se encuentran figuras habituales del ecosistema progresista como Naomi Klein, Álvaro García Linera, Andrés Arauz y la senadora María José Pizarro. También se suma Rashida Tlaib, lo que busca añadir una pátina de internacionalismo a un foro con clara orientación ideológica.
La diversidad, más que genuina, parece funcional. Las ausencias notorias de referentes indígenas, afrodescendientes y de sectores críticos internos evidencian que la pluralidad es más enunciada que real. Tampoco hay representación chilena, lo que resalta fisuras dentro del mismo espacio político.
El gobierno de Sheinbaum pretende posicionar a México como capital de la izquierda latinoamericana, reforzando una diplomacia selectiva a través de espacios como este foro. El evento se presenta como una versión maquillada del Grupo de Puebla, pero con más presencia parlamentaria.
Desde el antiguo Colegio de San Ildefonso se debatirá sobre modelos postextractivistas y gobernabilidad, aunque persiste la duda sobre cuán aplicables o realistas son esas ideas en contextos nacionales complejos. Se prevé también la reactivación de redes legislativas afines, más con fines de propaganda que de colaboración efectiva.
Pese al entusiasmo de los organizadores, el foro enfrenta el desafío de pasar de los diagnósticos a las políticas concretas. La retórica progresista muchas veces no se traduce en propuestas legislativas aplicables, y el exceso de marco teórico podría minar su impacto real.
Además, las tensiones internas —como la escasa inclusión de voces críticas y la sobrerrepresentación de figuras aliadas al oficialismo— comprometen su credibilidad como espacio de articulación continental.
El Congreso Panamericano en México más que una celebración de pluralidad, parece un intento de reposicionar a la izquierda institucional en medio de una pérdida de narrativa y liderazgo regional. Con un enfoque que prioriza la afinidad política sobre la diversidad real, el evento corre el riesgo de quedarse en la autocomplacencia.
A menos que logre abrirse al disenso interno y ofrecer soluciones tangibles, el foro puede consolidarse como una vitrina ideológica sin impacto sustantivo, reforzando la desconexión entre los sectores progresistas y las demandas sociales actuales.