
La capacidad de respuesta ante eventos extremos vinculados al cambio climático depende, en gran parte, de contar con datos precisos y modelos confiables. Sin embargo, en países tropicales como Colombia y Venezuela, esa base científica resulta escasa o directamente inexistente. Investigadores que trabajan en análisis de clima extremo y atribución de desastres naturales han alertado sobre una injusticia científica estructural que limita tanto el conocimiento como la capacidad de actuar.
Esta brecha se evidencia cuando se intentan analizar fenómenos extremos como lluvias torrenciales o sequías prolongadas en estas regiones. Estudios recientes, incluyendo los de organizaciones como World Weather Attribution, han calificado sus conclusiones como "poco concluyentes", no porque no haya efectos del cambio climático, sino porque no existen suficientes datos locales ni series históricas completas para sustentar los análisis.
En zonas del trópico, la red de estaciones meteorológicas es limitada y discontinuada. Muchas veces, los datos se pierden por falta de infraestructura o inversión sostenida. Esto afecta de manera directa la calidad de los estudios científicos. A diferencia de países del norte global, donde se cuentan con décadas de observaciones sistemáticas, en Colombia y Venezuela los vacíos en registros hacen que sea prácticamente imposible comparar situaciones actuales con promedios históricos de forma rigurosa.
Este déficit tiene consecuencias prácticas. Los tomadores de decisiones carecen de información robusta para anticiparse a emergencias, diseñar políticas de mitigación o justificar acciones preventivas. Se convierte en un círculo vicioso: la falta de datos impide políticas públicas eficaces, y la falta de políticas públicas impide la mejora de los sistemas de observación.
Además de los datos empíricos, los modelos utilizados para proyectar el comportamiento del clima no están optimizados para las dinámicas tropicales. Muchos de ellos fueron construidos para latitudes medias o altas, con estaciones bien definidas, y no logran capturar procesos típicos del trópico como la convección localizada o las oscilaciones de la zona de convergencia intertropical.
Esto implica que incluso con datos existentes, los modelos no pueden traducir esa información en proyecciones útiles. Investigadores climáticos de la región enfrentan una doble limitación: ni los datos ni las herramientas son adecuadas para comprender los efectos reales del cambio climático en sus territorios. La ciencia, tal como está estructurada, deja a estos países en desventaja.
La reciente opinión consultiva de la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha reconocido el derecho a la ciencia como parte fundamental del derecho a un ambiente sano. Esto supone, entre otras cosas, el deber de los Estados de garantizar acceso a la producción científica, así como de fomentar la generación de conocimiento local para enfrentar el cambio climático.
En ese marco, la falta de infraestructura científica y tecnológica puede leerse no solo como una deficiencia técnica, sino como una forma de exclusión estructural. El investigador colombiano Juan Carlos Arias, uno de los consultados por organismos multilaterales, ha enfatizado que “más ciencia salva vidas”, y que no invertir en estas áreas es condenar a comunidades enteras a la vulnerabilidad permanente.
Esta situación también refleja una asimetría global profunda. Los países que menos contribuyen a las emisiones históricas de gases de efecto invernadero son, paradójicamente, los que menos capacidades tienen para estudiar y adaptarse al nuevo escenario climático. Colombia y Venezuela, pese a su exposición a riesgos hidrometeorológicos, no cuentan con los recursos financieros ni tecnológicos para enfrentar el reto en igualdad de condiciones.
Mientras tanto, los centros de decisión científica siguen concentrados en el hemisferio norte. Esto se traduce en prioridades desalineadas: lo que se estudia con mayor precisión no necesariamente coincide con lo que más urge entender en el sur global. La agenda científica internacional, aunque más consciente del problema, aún no ha corregido esa distorsión.
🇨🇴🇻🇪Al analizar el rol del calentamiento global en las lluvias, la organización @WWAttribution encontró “resultados poco concluyentes” por falta de información y modelos basados en los trópicos. “Más ciencia salvará vidas”, advierten
— América Futura (@AmericaFutura) July 17, 2025
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La ausencia de infraestructura científica adecuada en Colombia y Venezuela para monitorear y analizar el cambio climático no es solo una carencia técnica: es una manifestación de una injusticia epistémica y ambiental. Sin ciencia local, las políticas de adaptación no pueden ser eficaces ni legítimas, y las comunidades vulnerables siguen desprotegidas.
Cerrar esta brecha requiere una inversión urgente y sostenida en sistemas de observación, capacitación y cooperación internacional, que priorice el conocimiento situado y el fortalecimiento de las capacidades regionales. No se trata de caridad, sino de equidad en el acceso a las herramientas mínimas para sobrevivir en un mundo cambiante.