
El expresidente de Estados Unidos, Barack Obama, generó un debate este lunes al afirmar que "cada chico necesita un amigo gay". La intención parecía ser resaltar el valor de la diversidad. Pero la frase encendió alarmas.
Obama recordó cómo un profesor gay durante su juventud le ofreció "una perspectiva distinta a la de su padre". Sin embargo, en lugar de poner el foco en la igualdad o en el reconocimiento de identidades, terminó cayendo en una trampa frecuente: cosificar la identidad del otro como herramienta pedagógica propia.
Decir que "cada chico necesita un amigo gay" reduce esa relación a un rol funcional: el gay como recurso para corregir defectos de la masculinidad tradicional. La frase no habla de la amistad como vínculo mutuo ni del respeto entre iguales, sino como un aprendizaje utilitario.
Este enfoque, aunque revestido de buenas intenciones, termina instrumentalizando al otro. En vez de reconocer la experiencia y el lugar de una persona en sus propios términos, se le asigna un rol subordinado: el de ayudar a otro a evolucionar. La relación se vuelve desequilibrada, casi paternalista.
Barack Obama ha sido una figura clave en la promoción de derechos civiles. Sin embargo, esta declaración revela un problema latente: reducir la inclusión a una especie de ejercicio moral individual. Tener cerca a alguien distinto no garantiza comprensión si esa cercanía está mediada por un interés funcional.
Hablar de "tener un amigo gay" como herramienta de crecimiento personal sugiere que la diversidad solo importa cuando impacta en uno mismo. Esa visión, aunque común, es limitada. El otro no debe estar para educarnos: debe ser respetado por sí mismo.
☝️Barack Obama opina que cada joven necesita un amigo gay
— RT en Español (@ActualidadRT) July 18, 2025
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Es importante diferenciar entre intención y efecto. Obama quiso destacar el contacto con la diversidad como parte del crecimiento. Pero al hacerlo, redujo al otro a una función moral. Es una visión benévola, pero también parcial, condescendiente e incluso insensible.
La verdadera inclusión no necesita frases correctas, sino actitudes coherentes. Las personas, sean de la orientación que sean, no están para completar la formación de otros. La empatía no nace del uso del otro, sino del respeto concreto y silencioso.