
El escenario del Coliseo de Puerto Rico se transformó en una granja el pasado 11 de julio, cuando Bad Bunny inauguró su residencia "No Me Quiero Ir de Aquí" con una escenografía que incluía gallinas vivas. Aunque para muchos se trató de un guiño a la vida rural puertorriqueña, para otros fue el detonante de una ola de indignación que ha escalado hasta los organismos de defensa animal. El artista, que no ha dado declaraciones al respecto, se enfrenta a una creciente presión social.
La organización PETA fue la primera en pronunciarse, denunciando el uso de animales vivos como decorado y acusando al cantante de "normalizar el maltrato animal". En redes sociales, PETA describió el show como "una pesadilla para los animales" y exigió públicamente que Bad Bunny retire a los animales de sus presentaciones. La crítica ha encontrado eco en miles de seguidores, algunos de los cuales han amenazado con boicotear futuras fechas.
La presencia de gallinas en el escenario no ha sido un hecho aislado. En 2024, durante un concierto en Salt Lake City, Bad Bunny ya había aparecido montado sobre un caballo, rodeado de efectos de luces y sonido que, según activistas, generaban un ambiente altamente estresante para el animal. Las críticas en ese momento se diluyeron entre elogios por su puesta en escena, pero el patrón ha comenzado a incomodar incluso a sus seguidores más fieles.
Este tipo de espectáculos, que integran animales como parte del "show", son cada vez más cuestionados por el público global. La comunidad artística también se ha dividido. Mientras algunos defienden la libertad creativa del artista, otros advierten que la inclusión de seres vivos con fines estéticos no puede ser justificada como "homenaje cultural".
Desde su equipo se ha intentado argumentar que la presencia de animales responde a un deseo de recrear elementos de la identidad puertorriqueña, especialmente la vida en el campo. Sin embargo, esta narrativa choca con la percepción de que están siendo utilizados como simples recursos visuales. Sin un protocolo claro que garantice su bienestar, la intención cultural pierde legitimidad ante los ojos de la opinión pública.
El Coliseo José Miguel Agrelot, donde se realiza la residencia, no ha emitido ningún comunicado sobre las condiciones bajo las cuales se introducen los animales al recinto. El silencio institucional refuerza la idea de que no hay un control efectivo sobre lo que sucede tras bambalinas. Y eso, en un momento de alta sensibilidad animalista, puede volverse en contra del artista y de los organizadores.
La residencia de Bad Bunny incluye 30 funciones, con más de 400.000 entradas vendidas hasta la fecha. El evento ha generado un impacto económico considerable para San Juan, atrayendo turistas y reactivando el sector hotelero. Pero la exposición negativa por el uso de animales podría repercutir directamente en la marca del artista y sus futuros contratos publicitarios.
Ya hay empresas patrocinadoras que han preferido mantener la distancia ante la controversia. Aunque por ahora el flujo de asistencia no parece haberse visto afectado, algunos analistas anticipan que, si el tema no se resuelve pronto, podría haber consecuencias en el mediano plazo, especialmente fuera de Puerto Rico, donde el escrutinio mediático es aún más estricto.
El caso pone en evidencia un desajuste entre la imagen de Bad Bunny como artista vanguardista y su aparente indiferencia ante demandas éticas actuales. Parte de su base de fans, tradicionalmente cercana a causas progresistas, se siente traicionada. Las redes se han llenado de mensajes pidiéndole que se posicione y corrija el rumbo.
En contraste, otros seguidores se muestran defensores acérrimos, alegando que se trata de una "exageración mediática". Esta polarización del público podría marcar un antes y un después en la relación del artista con su comunidad, especialmente si decide seguir sin pronunciarse.
Un “Baile inolvidable” para Bad Bunny… pero una pesadilla para los animales 🐔💔
— PETA Latino (@PETA_Latino) July 16, 2025
Bad Bunny usó gallinas vivas en el escenario durante su residencia en el Coliseo de Puerto Rico. ¿Hasta cuándo los animales serán siendo tratados como simples accesorios para el show de Bad Bunny?… pic.twitter.com/ArgTHxoF0d
La estrategia de silencio que mantiene Bad Bunny ante estas denuncias es de alto riesgo. En una industria donde la imagen es clave, el no responder puede ser interpretado como una falta de responsabilidad social. Aunque la popularidad del artista sigue siendo enorme, su capacidad de influencia está ahora bajo la lupa por razones que van más allá de la música.
Si bien es probable que el impacto a corto plazo sea limitado dentro de Puerto Rico, la presión internacional podría obligarlo a modificar sus puestas en escena. La cultura pop está cambiando, y con ella, los estándares éticos que los artistas deben respetar. El fenómeno Bad Bunny, hasta ahora intocable, podría estar ante su primera gran crisis pública.