
A 400 yardas del centro de datos de Meta en Altoona, Iowa, una familia rural llena botellas para almacenar agua ante la incertidumbre diaria del suministro. Este es solo uno de los múltiples casos que reflejan una nueva tensión entre la infraestructura digital y los recursos naturales en Estados Unidos.
La demanda global de inteligencia artificial ha disparado la construcción de centros de datos. Estos servidores, que procesan millones de solicitudes al segundo, requieren cantidades masivas de energía y agua para funcionar y mantenerse refrigerados. Pero ese consumo tiene un costo directo para las comunidades cercanas.
En el caso de Altoona, donde Meta (la empresa matriz de Facebook, Instagram y WhatsApp) opera uno de sus complejos más grandes, los vecinos reportan interrupciones frecuentes en el acceso al agua potable. "Antes abrías el grifo y listo. Ahora no sabemos si saldrá algo o si tendremos que llenar botellas desde temprano", cuenta una residente local.
Según un informe del New York Times publicado en junio de 2024, el centro de datos de Meta en Altoona consume hasta 1.2 millones de galones de agua por día en los meses más calurosos. Si bien la empresa afirma que esa agua no es potable y proviene de fuentes controladas, los habitantes cuestionan la transparencia del manejo hídrico.
Frente a las críticas, la compañía asegura estar comprometida con la "reposición hídrica" y afirma que sus operaciones serán "neto positivas en agua" para 2030. Para ello ha anunciado inversiones en proyectos de restauración de cuencas y mejora de infraestructura.
Sin embargo, los expertos en sostenibilidad advierten que esas medidas son reactivas y no resuelven los problemas inmediatos de las comunidades. La confianza en las soluciones corporativas se ve erosionada por la falta de regulaciones estrictas y mecanismos de fiscalización pública.
No se trata de un caso aislado. Centros similares en Utah, Georgia y Nuevo México enfrentan críticas por su impacto ambiental. En muchos casos, las plantas de Meta han sido construidas con beneficios fiscales locales, pero sin estudios de impacto ambiental exhaustivos.
La expansión de estas megainfraestructuras responde a la creciente demanda de almacenamiento y procesamiento de datos para inteligencia artificial, realidad aumentada y servicios en la nube. Pero esta carrera tecnológica se sostiene sobre recursos locales limitados.
La paradoja es clara: mientras se promueve la digitalización como camino al futuro, sus cimientos afectan directamente a los más vulnerables. Quienes viven cerca de estas megainstalaciones muchas veces no se benefician de ellas, pero sí padecen sus consecuencias.
"No es solo cuánta agua se consume, sino dónde y cuándo. En zonas con sequías frecuentes o sistemas antiguos, el impacto es mayor que en zonas húmedas", explica Melissa Barnes, investigadora en recursos hídricos. La ubicación de estos centros, entonces, no es neutra.
El caso de Altoona evidencia un desafío emergente: la sostenibilidad digital. A medida que el mundo avanza hacia la inteligencia artificial y la computación en la nube, el modelo actual de crecimiento tecnológico se vuelve ambientalmente insostenible.
Meta, al igual que otras grandes tecnológicas, enfrenta una disyuntiva: mantener su imagen verde mientras sus operaciones afectan ecosistemas y comunidades. El discurso corporativo sobre energías limpias y reposición ambiental pierde fuerza cuando se confronta con vecinos sin agua en pleno verano.