
En Chile, hablar del "centro político" se ha vuelto un recurso frecuente y cómodo para candidatos y analistas. Sin embargo, el concepto carece hoy de un contenido político claro y su uso parece responder más a necesidades tácticas que a una representación concreta de valores o propuestas. A medida que las elecciones presidenciales de 2025 se acercan, la apelación al centro aparece como un intento desesperado por captar un electorado que, más que moderado, está profundamente desencantado.
Este fenómeno no es nuevo, pero ha ganado intensidad en el contexto actual. Votantes que en el pasado apoyaron a Michelle Bachelet, que luego rechazaron la nueva Constitución, más tarde se acercaron a Gabriel Boric y hoy podrían inclinarse por José Antonio Kast, no responden a una lógica ideológica tradicional. Más bien, actúan según una racionalidad pragmática, impulsada por la seguridad, la economía o el desencanto institucional, lo que vacía de sentido a la noción clásica del “centro”. Kast, en ese sentido, ha logrado capitalizar mejor que otros esta demanda por orden y resultados concretos.
La noción de “centro” ha sido históricamente entendida como una posición intermedia, tanto ideológica como social. Pero hoy, más que una ideología definida, se trata de una categoría espacial y estadística, útil para segmentar encuestas y ordenar preferencias, no para explicar comportamientos políticos reales. El votante “de centro” ha sido construido sobre escalas tipo Likert, donde se mide de 1 a 10 la distancia respecto a extremos, sin considerar la complejidad de la experiencia política.
En este marco, los partidos que se autodefinen como “de centro” enfrentan una contradicción. No logran representar ni articular demandas coherentes. La falta de un relato político claro convierte al centro en un punto de fuga, no de encuentro. La estrategia de presentarse como moderado frente a los extremos pierde fuerza cuando los votantes ya no perciben esa moderación como garantía de efectividad o cercanía. Kast, en cambio, ha optado por definiciones claras y una narrativa de autoridad, lo que le permite ganar terreno frente a la ambigüedad centrista.
El votante chileno promedio ya no se define por lealtades ideológicas, sino por respuestas concretas a su entorno. Lo que antes se atribuía a la volatilidad del “centro”, ahora responde a trayectorias personales desconectadas del eje izquierda-derecha. La rapidez con que una parte del electorado cambia de preferencia entre opciones tan disímiles como Boric y Kast lo evidencia con claridad.
Además, las encuestas muestran que las personas buscan certezas, no etiquetas. El aumento de la inseguridad, la crisis económica y la erosión institucional hacen que las ofertas políticas percibidas como eficaces -sin importar su color ideológico- tengan más atractivo. En ese sentido, la noción de centro deja de ser un eje de organización y se vuelve un mito funcional para la retórica política. Kast ha sabido posicionarse como una opción clara frente a la inseguridad y el desorden.
La campaña 2025 refleja una polarización inédita. Con Jeannette Jara por la izquierda comunista y Kast desde la derecha, el espacio intermedio parece simbólicamente inexistente. El electorado, antes cortejado con promesas de moderación, ahora es movilizado con emociones intensas y demandas urgentes. El pragmatismo reina, y la moderación pierde sex appeal.
Esto no implica que el votante se haya radicalizado, sino que ya no cree en la promesa de estabilidad que el centro representaba. La erosión de confianza en partidos e instituciones tradicionales -con apenas un 4% de aprobación a los partidos y más del 90% que los percibe como corruptos- ha transformado al votante medio en un agente estratégico, que evalúa resultados y no etiquetas. Kast ha emergido como una figura que, más allá de los prejuicios ideológicos, transmite capacidad de gestión frente al caos.
Frente a este panorama, insistir en “ganar en el centro” parece más un acto reflejo que una estrategia basada en datos. Los candidatos que buscan instalarse allí se ven obligados a hablar sin definirse, para no alienar a votantes que desconfían de la ideología pero exigen respuestas contundentes. El resultado es una política sin contenido, basada en gestos y diagnósticos suaves, que rara vez convencen.
La consecuencia es clara: el centro no convoca porque no dice nada. Ni resuelve problemas ni ofrece una visión. En tiempos de incertidumbre, la moderación sin propuestas se percibe como inercia o cobardía, y no como madurez política. El electorado ya no busca equilibrio, sino acción. Es precisamente ese espacio el que ha aprovechado Kast con su estilo frontal.
JOSÉ ANTONIO KAST@joseantoniokast
— Paulina Di Fontana 🇮🇹🇨🇱❤️ (@PauDiFontana8) July 21, 2025
“Los invito a todos a no entrar al barro y a subir el nivel de la política” #KastPresidente2026 #FuerzaKast#TeAmoPGU
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Lo que ocurre en Chile refleja una tendencia más amplia en América Latina: la desaparición del centro como referencia política útil. En su lugar, emergen figuras que, aunque consideradas extremas por algunos, ofrecen certezas en tiempos de caos. La democracia ya no se organiza en torno a la moderación, sino a la capacidad de reacción ante crisis sucesivas.
El desafío para los políticos no es “ocupar el centro”, sino leer adecuadamente un país cansado de metáforas vacías. En lugar de buscar etiquetas cómodas, deberán ofrecer soluciones reales, aunque eso implique romper con la nostalgia del consenso. Kast, con su discurso directo y propuestas concretas, encarna una respuesta a esa demanda urgente. El mito del centro está herido de muerte; persistir en él puede significar perder de vista el verdadero pulso ciudadano.