
Javier Milei volvió a encender la interna en el oficialismo con una frase demoledora dirigida a su compañera de fórmula y actual vicepresidenta, Victoria Villarruel. La calificó de “bruta traidora” y la acusó de no saber sumar “dos más dos”, en referencia al costo fiscal de las leyes votadas en el Senado. El escenario elegido para el golpe no fue casual: el cierre de La Derecha Fest en el Hotel Quórum, en la ciudad de Córdoba, donde el Presidente ofició de figura central y orador de fondo.
Lejos de apaciguar las tensiones tras el escandaloso cierre de listas en la provincia de Buenos Aires, Milei eligió profundizar la grieta interna que desde hace semanas divide al oficialismo entre los sectores más dogmáticos del Presidente y una línea más institucional representada por Villarruel. El discurso dejó en claro que la relación entre ambos atraviesa su peor momento y ya se juega en el terreno de lo irreconciliable.
Las acusaciones presidenciales fueron dirigidas tanto a la vicepresidenta como a la oposición kirchnerista, pero el foco del mensaje tuvo un destinatario directo: la votación en la Cámara alta del pasado 10 de julio, donde Villarruel habilitó la discusión de una serie de proyectos que el Ejecutivo rechaza. El veto presidencial ya fue anunciado, pero la señal política es otra: Milei ya no cuida ni las formas con su vice, a quien considera parte de una lógica “casta” que dice combatir.
La escalada verbal expone más que un cortocircuito circunstancial: es una fractura en el corazón del poder. Por un lado, Villarruel sostiene vínculos históricos con el mundo militar y sectores del conservadurismo tradicional. Por otro, Milei se refugia en un esquema de poder cerrado, sostenido por figuras como Luis Caputo, Santiago Caputo y su hermana Karina Milei. La pelea ya no es ideológica, es de poder real: ¿quién define la dirección del espacio libertario en pleno año electoral?.
Mientras en el escenario arremetía contra Villarruel, Cristina Fernández de Kirchner y hasta José Mayans, con palabras cargadas de violencia verbal, el Presidente intentó blindar su gestión con cifras discutibles y arengas electorales. Comparó su programa económico con el de Carlos Menem y reivindicó la gestión de Luis Caputo, a quien elogió como “el mejor ministro de Economía del mundo”.
Milei redobló la apuesta con un llamado a “emular a la izquierda” en la “batalla cultural” e insistió en poblar los medios, las plazas y los concejos deliberantes con militantes libertarios. Esa estrategia de “larga marcha” intenta consolidar un nuevo poder territorial, pero también expone el vacío de estructura partidaria: sin gobernadores, sin intendentes y ahora sin una vicepresidenta leal, el Presidente arriesga quedar encapsulado en un liderazgo sin base.
En paralelo, Milei no ocultó su expectativa de cara a octubre. “Se van a sorprender con los resultados”, aseguró, aludiendo a un batacazo electoral que compense la falta de gobernabilidad. Pero los números no votan y las peleas públicas desgastan. Si la interna se profundiza, el Presidente corre el riesgo de aislarse aún más, sin aliados sólidos ni coalición que lo respalde. En ese escenario, su promesa de un “milagro” puede volverse su mayor debilidad.
A menos de tres meses de una elección clave, el enfrentamiento con Villarruel marca un punto de no retorno. El Presidente ya no tiene una figura institucional que lo respalde, y su guerra abierta con el Congreso, con los gobernadores, con la prensa y ahora con su vice, lo ubica en una lógica de confrontación total. Una apuesta arriesgada que puede redituar en las urnas o terminar de aislar al poder ejecutivo.