
El 23 de julio de 2003, Néstor Kirchner logró la imagen que buscaba: una foto calculada en la que le tomaba la rodilla a George W. Bush, gesto cargado de simbología para quienes entienden la política como un juego de poder, incluso en los detalles. La escena, capturada por el fotógrafo presidencial Víctor Bugge, fue pensada como una respuesta: en 2001, en plena crisis argentina, Bush había apoyado su mano sobre la pierna de un resignado Fernando de la Rúa. Kirchner interpretó ese gesto como el símbolo de la subordinación. Dos años después, lo haría explícito: lideró el rechazo continental al ALCA, humillando diplomáticamente al presidente norteamericano durante la Cumbre de las Américas en Mar del Plata.
Aquella escena condensaba una estrategia: autonomía relativa, negociación con firmeza, margen para construir poder propio incluso ante las grandes potencias. Kirchner entendía que, aunque el vínculo con Washington era inevitable, podía ser gestionado sin arrodillarse.
Veintidós años después, la foto se invirtió. Javier Milei no solo no esconde su alineamiento con Estados Unidos, sino que lo exhibe como dogma. Su gobierno funciona como una usina de contenido ideológico para una derecha global, pero sin pedir nada a cambio. Milei apoya incondicionalmente a Donald Trump, a Benjamin Netanyahu, a Jair Bolsonaro, y rompe relaciones con China e Irán al calor del guión estadounidense. Todo, sin ningún rédito económico, comercial ni geopolítico claro para el país.
La figura del futuro embajador norteamericano Peter Lamelas lo confirma: se presentó en el Senado de EE.UU. declarando que buscará “eliminar la corrupción en las provincias argentinas”, presionar por “justicia para Cristina Kirchner” y “vigilar que no surjan movimientos de izquierda”. Un programa de intervención sin filtros. No se trató de un desliz, sino de un plan. Y el gobierno argentino, lejos de protestar, lo celebra.
Esa es la diferencia de fondo. Kirchner construyó poder desafiando a las potencias. Milei lo construye subordinándose. Para Kirchner, los gestos eran actos de política exterior. Para Milei, la política exterior es un gesto vacío: servir con entusiasmo, aún a costa del interés nacional.
La historia de la rodilla de Bush muestra cómo una imagen puede sintetizar una época. La de hoy, en cambio, no necesita fotos: basta con leer los discursos del propio presidente argentino para entender quién marca la agenda y quién se deja disciplinar con gusto.