
La unidad alcanzada por el peronismo en la provincia de Buenos Aires no solo ordenó el frente electoral más caliente del país, también dejó al descubierto las fracturas más incómodas del peronismo en Santa Fe. Si en Buenos Aires Kicillof, Massa y La Cámpora cerraron filas a último momento para evitar una sangría, en el PJ santafesino el clima es el contrario: se profundiza una guerra fría interna donde cada movimiento es leído como un intento de fractura o traición.
La figura de Omar Perotti se vuelve central en esta interna. El exgobernador no solo se convirtió en el principal sostén legislativo del radical Maximiliano Pullaro, sino que dejó claro que su juego político ya no pasa por el peronismo tradicional. No es un dato menor: su bloque fue clave para habilitar la reforma constitucional que podría permitir la reelección del gobernador, un tema tabú para el peronismo local. Y más aún, su diputado de confianza, Roberto Mirabella, amagó con apoyar a Javier Milei en el Congreso, rompiendo el bloque de Unión por la Patria. ¿Oportunismo táctico o expresión de un peronismo conservador que prefiere negociar con el poder real antes que bancar un proyecto nacional?
La jugada de Mirabella es directa: quiere renovar su banca y si no hay primarias internas irá por afuera. Ya lo anticipó por carta al PJ, un movimiento que busca forzar una legalidad partidaria que hace rato está desbordada por el internismo. Con las PASO nacionales anuladas, el peronismo santafesino entra en zona de definición, y lo hace sin reglas claras, sin árbitro y con múltiples actores que desconfían unos de otros.
Lo de Mirabella no es solo una maniobra personal. Es la expresión política de un sector que quiere ponerle límites al centralismo porteño del peronismo. No casualmente anda presentando su libro, "La República de Santa Fe", donde propone una suerte de autonomía regional frente a lo que considera imposiciones de Buenos Aires. Perotti y los suyos ven a La Cámpora, Rossi o el Evita como fuerzas "externas", con intereses que no se alinean con el territorio. Pero esa narrativa de "santafesinismo" choca con un dato básico: en 2021 y 2023, el perottismo jugó con el aparato y ganó internas con candidatos propios, como Lewandowski. ¿Qué cambió? La pérdida de la gobernación y el reacomodo nacional que los dejó sin palancas de poder.
El resto del PJ no se queda quieto. En la vereda de enfrente, Agustín Rossi vuelve a sonar como cabeza de lista, aunque genera resistencias internas. La Cámpora podría quedarse con el segundo lugar y el tercer puesto sería para el massismo. Una fórmula pensada desde Buenos Aires, pero que hoy tiene chances de imponerse gracias al orden nacional. Eduardo Toniolli, aliado del Movimiento Evita y de Juan Monteverde, busca un lugar desde un armado más local, pero con lógica similar: construir con base territorial sin romper con el armado nacional.
El dato que muestra la tensión: el perottismo quiere que la representación en la lista nacional respete los números de las internas 2021 y 2023, pero desde el otro sector le responden que esa lógica no aplica si no participaron de la elección de convencionales. Lo que se discute, en el fondo, es quién tiene legitimidad para hablar en nombre del peronismo santafesino.
En Buenos Aires, la señal fue clara: se cierra filas porque lo contrario es suicida. En Santa Fe, en cambio, la fragmentación parece ser el camino elegido por algunos, aunque sepan que dividirse es entregar la provincia en bandeja a un radicalismo envalentonado y a un libertarismo que crece en los márgenes.
La pregunta de fondo: ¿el PJ santafesino está a tiempo de recomponer o camina directo hacia una elección testimonial, con listas fragmentadas y sin conducción real? La respuesta, como siempre, dependerá menos de los discursos y más de quién controle la lapicera.