
Mientras el oficialismo insiste en relatar una épica que ya nadie compra, los datos empiezan a golpear la puerta de la realidad. Según la última encuesta nacional de Analogías, realizada en julio, la imagen del presidente Javier Milei sigue en caída y su relato empieza a mostrar señales de agotamiento, incluso entre los sectores que lo votaron con fe libertaria.
La muestra —2.818 casos efectivos en las 24 provincias, entre el 12 y el 14 de julio— revela que la imagen positiva del Presidente cayó 4 puntos en un mes y se ubica en 44%, mientras que la imagen negativa trepó al 50%, marcando un diferencial negativo de 5,5 puntos. La luna de miel se terminó. Y sin postre.
Pero no es solo una cuestión de números: el 73% de los encuestados rechaza de plano sus formas de comunicación, a las que califican como violentas en un 66%. No se trata solo de un estilo incómodo: se volvió intolerable incluso para parte de su electorado. El personaje empieza a devorarse al presidente.
“Este rechazo al método presidencial crece al mismo ritmo que se diluye el efecto de la baja inflacionaria”, explica Marina Acosta, directora de Comunicación de Analogías. O sea, ni los números del INDEC pueden maquillar el malhumor social.
La encuesta también prende una luz de alarma sobre el escenario electoral de octubre. La apatía crece y se concentra sobre todo en los sectores populares, mujeres y adultos mayores, lo que complica especialmente al peronismo. Pero el dato que no le cierra al oficialismo es otro: el 40% de los que no quieren ir a votar son oficialistas. Desgaste puro en tiempo récord.
Además, ante el conflicto judicial por YPF con los fondos buitre en EE.UU., los encuestados están divididos: no está claro si creen que el Gobierno defiende o no la petrolera, aunque esta mantiene una imagen positiva altísima (75%). ¿Será porque aún representa algo parecido a una soberanía que Milei no parece dispuesto a defender?
Otro mazazo para el equipo libertario: el 48% afirma que su situación financiera empeoró en las últimas semanas. Justo cuando la motosierra parecía perder filo, el bolsillo aprieta y el storytelling libertario ya no alcanza para calmar el malestar.
El relato del "superávit", el combate a la "casta" y el ajuste como sacrificio heroico se topan con una pared: la gente no come expectativas. Y el Gobierno no ofrece ni alivio, ni esperanza, ni un rumbo claro.
La caída no es terminal —todavía—, pero ya es visible, sostenida y transversal. Milei empieza a comprobar en carne propia lo que tarde o temprano se cobra la política argentina: las redes no gobiernan, los likes no pagan el alquiler y la motosierra no sirve para construir.
Si el “león” no cambia el rugido por un plan, podría terminar como muchos otros profetas de la antipolítica: con más retuits que votos.