
En el corazón del desierto de Atacama, una de las regiones con mayor radiación solar del planeta, Chile tiene en sus manos una de las llaves más poderosas para su desarrollo futuro. A pesar de su enorme potencial, el país sudamericano está dejando pasar una oportunidad histórica: aprovechar plenamente esa energía para construir una economía del siglo XXI.
Ocho horas de sol bastarían para generar 108.000 teravatios-hora, una cifra astronómica que supera 27 veces el consumo anual de electricidad de Estados Unidos. Sin embargo, gran parte de esta capacidad se desperdicia a diario, atrapada en el aislamiento de una región sin infraestructura adecuada.
Durante 2024, Chile dejó escapar más de 6 TWh de energía solar por falta de capacidad de transmisión. La región de Atacama cuenta con más de 550 proyectos solares en operación, sumando casi 9 gigavatios, y otros 2,6 en construcción. Pero la red eléctrica no está preparada para absorber ni distribuir ese volumen creciente.
El sistema de transmisión, centralizado en el sur, ha convertido al norte chileno en un “embalse energético”. Incluso proyectos emblemáticos como Cerro Dominador, la planta termosolar que puede almacenar energía hasta por 17 horas sin sol, funcionan por debajo de su potencial.
La propuesta de transformar el desierto en una plataforma energética y digital no es una utopía. Con electricidad solar de costo marginal casi nulo, Chile podría albergar centros de datos, supercomputadoras, IA, invernaderos hidropónicos e industrias basadas en energía limpia.
La posibilidad de producir hidrógeno verde o combustibles sintéticos a gran escala es real. En un mundo que avanza hacia la descarbonización, esta región puede ofrecer soluciones concretas y competitivas. Pero eso requiere inversión en redes modernas, almacenamiento y un nuevo marco regulatorio.
La falta de visión política y la demora en actualizar la infraestructura limitan la concreción de estos proyectos. El plan maestro para nuevas líneas de transmisión avanza lentamente, y la formación de capital humano sigue rezagada frente a la velocidad tecnológica.
Además, existe el riesgo de repetir los errores del modelo extractivista del litio: crecimiento acelerado sin regulaciones sólidas que protejan ecosistemas y comunidades. Atacama no puede transformarse en una nueva zona de sacrificio.
El desarrollo debe considerar también la preservación de los ecosistemas y del patrimonio astronómico de la región. El megaproyecto INNA, por ejemplo, ha generado preocupación entre astrónomos por la contaminación lumínica cerca del observatorio Paranal.
Chile tiene la responsabilidad de mostrar que se puede conjugar tecnología, ciencia y sostenibilidad. Eso implica una planificación estatal con mirada de largo plazo y la inclusión activa de actores locales y comunidades indígenas.
El parque fotovoltaico Atacama Solar tiene la superficie de 450 canchas de fútbol y entregará energía a 200 mil hogares. El gran potencial solar de #Tarapacá -de los más altos del 🌎- nos ayudará a ir reemplazando la generación a carbón por energía limpia y más barata. pic.twitter.com/MEBOf6yP1a
— Juan Carlos Jobet (@JCJobet) January 13, 2020
El desierto de Atacama es mucho más que un espacio inhóspito. Es una oportunidad concreta para reposicionar a Chile en la economía global del conocimiento, si se actúa con decisión y coherencia.
El dilema está planteado: seguir desperdiciando el sol o domarlo para construir un futuro sostenible, competitivo y justo. La historia podría escribirse con energía solar.