
La relación comercial entre Brasil y Estados Unidos atraviesa uno de sus peores momentos en años. El presidente Donald Trump ha anunciado que a partir del 1 de agosto entrarán en vigor nuevos aranceles del 50% a las importaciones brasileñas, medida que puede golpear directamente al corazón productivo del país. Pero mientras el reloj avanza, el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva parece actuar con una mezcla de improvisación diplomática, respuestas parciales y falta de estrategia coherente.
El propio Lula ha calificado la amenaza estadounidense como "chantaje", pero no ha ofrecido una alternativa contundente. Las conversaciones con la administración Trump están virtualmente estancadas desde mayo, y ni siquiera el vicepresidente Geraldo Alckmin, tras su reciente contacto con el secretario de Comercio Howard Lutnick, logró reactivar el diálogo.
En el plano interno, el panorama es igual de crítico. Las principales cámaras industriales, como la CNI y la FIESP, han reclamado al gobierno una acción concreta. Pero más allá de vagas promesas de líneas de crédito o alivios fiscales, no existe un plan integral para amortiguar el impacto en miles de exportadores brasileños, muchos de los cuales ya están viendo cancelaciones de contratos en sectores como acero, agroindustria y química.
El ministro de Finanzas, Fernando Haddad, ha planteado una "respuesta basada en créditos", pero eso dista de ser una estrategia comercial real. No hay claridad sobre si Brasil aplicará contramedidas arancelarias, si recurrirá a mecanismos multilaterales o si buscará aliados regionales para generar presión diplomática.
Una de las fallas más graves ha sido la subestimación del actual presidente de Estados Unidos. La relación personal entre Trump y Bolsonaro había suavizado tensiones en el pasado, pero el alineamiento político no garantiza inmunidad comercial. El gobierno de Lula no ha sabido adaptarse al estilo transaccional y agresivo del mandatario estadounidense, quien claramente vincula los aranceles al procesamiento judicial de Bolsonaro por intento de golpe.
Mientras otros países, como India y la Unión Europea, lograron acuerdos para atenuar medidas similares, Brasil sigue sin respuesta. La contraoferta enviada en mayo ni siquiera ha sido respondida por Washington. El tiempo apremia y el margen de maniobra se reduce. En el frente político interno, sectores empresariales y opositores critican lo que ven como una reacción más ideológica que pragmática.
Brasil enfrenta una tormenta comercial que podría haberse previsto. La falta de preparación, la lentitud en las negociaciones y el exceso de declaraciones públicas sin respaldo técnico han debilitado su posición. Si el gobierno no corrige el rumbo con urgencia, podría estar abriendo la puerta a una recesión inducida por su propia incapacidad de lectura estratégica.