
La vicepresidenta Victoria Villarruel fue desplazada con saña del acto en La Rural, uno de los templos del poder económico argentino. Sin invitación formal, sin acceso garantizado, sin protocolo ni comitiva habilitada, quedó fuera del evento central del gobierno del que aún forma parte. Lo que hace semanas era una interna solapada, ahora se volvió una purga a cielo abierto.
Desde su entorno fueron lapidarios: “Protocolo de Presidencia no autorizó los ingresos”. Un mensaje con destinatario claro: Javier Milei, quien no sólo decidió brillar en soledad, sino enviar una señal brutal de quién manda en la alianza libertaria. El dato no es menor: Villarruel es la número dos del país, no una militante recién llegada. Si la bloquean a ella, nadie está a salvo.
En La Rural intentaron salvar el escándalo con una excusa patética: que la comitiva de diez personas que la acompañaba no quiso identificarse. Pero a esta altura, nadie se come el verso. La orden fue política, directa y con olor a vendetta. La pelea entre Villarruel y el círculo íntimo de Milei -con Santiago Caputo y Karina Milei a la cabeza- ya no admite reconciliación.
El fuego amigo llegó con nombre y apellido: José Luis Espert, diputado libertario, se despachó sin filtro y la expulsó públicamente del proyecto. “Está afuera porque no se comportó como correspondía”, sentenció, como si el partido de gobierno se manejara como una secta. Lo que en otros tiempos sería una disputa interna, ahora se transforma en un fusilamiento simbólico a través de los medios.
El dato político es gravísimo: la vicepresidenta fue desautorizada, humillada y borrada de la escena por el propio gobierno al que pertenece. No es una diferencia de criterios: es una crisis de poder que pone en duda la capacidad del Ejecutivo para gobernar en dupla. Villarruel ya no existe para Milei, y lo peor: se lo están haciendo saber con cada acto público.
Lo ocurrido en La Rural no fue un olvido ni un error técnico. Fue una jugada deliberada para cercarla, aislarla y obligarla a irse sola. En plena crisis económica, con la calle en tensión y la política en ebullición, el Presidente optó por incendiar su propia casa. El problema ya no es si hay interna: el problema es cuánto falta para que esa interna termine en ruptura formal.