
Javier Milei eligió la Exposición Rural como escenario para lanzar una diatriba violenta contra el "partido del Estado" y en particular contra Cristina Fernández de Kirchner, a quien calificó como "doblemente condenada y ahora presidiaria", sin que haya ninguna sentencia firme en su contra. El mensaje fue más que un discurso: fue una operación política, un acto de campaña permanente en nombre del ajuste perpetuo.
La puesta en escena no fue casual. Con Victoria Villarruel vetada del acto —por acción u omisión de Protocolo de Presidencia—, el Presidente buscó mostrarse como único conductor del espacio y vocero excluyente de los sectores concentrados del agro. La ausencia de la Vice reavivó las versiones de ruptura y dejó a La Libertad Avanza (LLA) sin disimulo: es un gobierno de un solo hombre.
Milei repitió el guion que ya agotó en sus giras: atacar al Estado, denostar la justicia social y posicionarse como víctima de una supuesta “casta” que, sin embargo, no gobierna hace más de medio año. El remate fue grotesco: llamar “asesinos” a quienes defienden políticas redistributivas. Un discurso de barricada neoliberal disfrazado de acto institucional.
El anuncio de una baja en las retenciones fue el caramelito para los aplausos de la tribuna rural. Pero no hubo detalles, plazos, ni marco normativo. Una vez más, el Presidente ofrece humo libertario envuelto en épica reaccionaria, mientras los precios, las tarifas y la recesión castigan a millones.
En el acto también se vio el verdadero sentido del mileísmo: transformar la política en un show, con el odio como bandera y la revancha como programa. La presencia de José Luis Espert —que esta semana dijo que Villarruel “ya no forma parte del proyecto”— terminó de pintar la interna oficial como una olla a presión sin válvulas.
Milei sabe que necesita enemigos. Si no están en el presente, los inventa en el pasado. Pero el problema no es su retórica inflamada: es que mientras él entretiene con pirotecnia discursiva, el ajuste real lo pagan los mismos de siempre.