El discurso que Cristina Fernández de Kirchner hizo llegar al acto en homenaje a Eva Perón no fue solo un guiño a la militancia: fue una intervención política en toda regla. Mientras el país atraviesa un proceso de descomposición social acelerada por el ajuste, la expresidenta decidió romper el cerco y ubicar con nombre y apellido a los responsables: Javier Milei, Washington, y el Fondo Monetario Internacional.
En un escenario donde el oficialismo disimula su plan de transferencia brutal de recursos con shows mediáticos, Cristina denunció con claridad lo que muchos en el peronismo prefieren callar: que el recorte a jubilaciones, discapacidad, hospitales y educación pública no es un error técnico, sino el diseño de una estrategia económica que responde a los intereses del poder financiero global. Mientras eso sucede, La Rural festeja y Milei baja las retenciones al campo. La ecuación no podría ser más explícita.
El tono elegido no fue menor. Cristina no habló de errores o desvíos. Habló de un "gobierno títere", de un embajador estadounidense que actúa como interventor, y de una “campaña a puro dólar desde el norte”. La frase que lanzó sobre Peter Lamelas, nuevo representante de EE.UU., fue una línea de fuego: “Viene a vigilar a los gobernadores, frenar acuerdos con China y asegurarse de que Cristina reciba la justicia que merece”. Una forma elíptica de poner en discusión la legitimidad del sistema judicial y el alineamiento geopolítico de la Casa Rosada.
En un contexto donde Milei se ampara en su personaje de outsider antisistema para justificar cada atropello, Cristina apuntó a desmontar esa ficción: “Los tuiteros malos y Las Fuerzas del Cielo eran para la gilada. Los que mandan son Las Fuerzas del Norte”. Una frase que destroza el relato libertario y lo muestra como lo que es: un barniz ideológico para la aplicación del mismo programa neoliberal que fracasó en los ’90.
El mensaje de CFK también interpela al peronismo, que sigue dividido entre el silencio cómplice, las roscas de superficie y el miedo a romper definitivamente con el esquema de poder actual. Mientras algunos sectores intentan encontrar puntos de acuerdo con el Gobierno para sobrevivir, Cristina plantea que no hay términos medios: o se defiende la felicidad del pueblo o se entrega la soberanía nacional.
Con esta intervención, Cristina Kirchner reingresa al debate público no como candidata, sino como dirigente. Y, sobre todo, como la única figura que está dispuesta a decir lo que muchos saben pero no se animan a señalar: que este experimento libertario es funcional a los intereses de siempre, con métodos nuevos pero con los mismos beneficiarios. Y que la política, si no toma posición, será también parte del problema.