
La última encuesta de Zuban Córdoba dejó un mensaje claro para Javier Milei: el relato de la recuperación no se traduce en la vida cotidiana. El 63,7% de los consultados dice tener dificultades para llegar a fin de mes y el 89,3% reclama una mejora urgente en los ingresos. La economía real empieza a condicionar a la política, y el humor social ya no acompaña al experimento libertario.
El dato político más duro es que el 52,8% asegura que votará para castigar al Gobierno en las próximas elecciones. Ya no es sólo decepción: es enojo. El discurso de “sacrificio necesario” pierde legitimidad cuando no hay horizonte de mejora. Milei se enfrenta al riesgo de quedar encapsulado en su propio núcleo duro mientras el resto del electorado se le da vuelta.
Luis Caputo, pieza clave del plan económico, también recibe señales negativas: el 57,4% no cree que tenga el control de la situación. El plan de estabilización parece agotado como estrategia narrativa. La inflación más baja no alcanza si el salario real sigue en caída libre. El malestar no es ideológico: es material.
La encuesta también refleja que el 60% percibe una profundización de la desigualdad. Mientras el Gobierno festeja superávit fiscal, los sectores medios y bajos sienten que pagan el ajuste con su calidad de vida. La épica de la motosierra no conmueve cuando la heladera está vacía. El “todo por el mercado” se vuelve una promesa abstracta en el barro cotidiano.
A pesar del descontento, la oposición sigue sin capitalizar del todo el escenario. El 50,4% apoyaría un frente común opositor, pero no hay liderazgos claros ni propuestas sólidas. El voto castigo aparece como una oportunidad más que como una convicción. La bronca está, pero aún busca canal político.
En este contexto, el oficialismo enfrenta un escenario electoral cuesta arriba. Con un presidente más pendiente de las redes que del supermercado, y con una narrativa que ya no disimula el ajuste brutal, el riesgo es que el discurso libertario quede atrapado en la virtualidad mientras la calle se le da vuelta. Y en democracia, la calle vota.