
Una encuesta reciente agitó el escenario político rumano: el 66,2% de la población considera que Nicolae Ceaușescu fue un buen líder, mientras que solo el 24,1% lo rechaza. El dato sorprende no solo por el peso del pasado autoritario, sino por lo que revela del presente. Tres décadas después de su ejecución, el dictador recupera legitimidad simbólica, especialmente entre los mayores de 45 años, pero también entre jóvenes sin experiencia directa del comunismo.
El sondeo, realizado por el instituto INSCOP entre el 25 de junio y el 3 de julio de 2025, incluyó a 1.500 personas mayores de 18 años y presentó un margen de error de ± 2,5 %. La reacción del presidente Nicușor Dan fue inmediata: calificó el resultado como una "alerta democrática" y vinculó el fenómeno con la desilusión crónica hacia la clase política desde 1989, cuando cayó el régimen.
El estudio señala que el 55,8% de los encuestados cree que el comunismo fue "más bien bueno" para el país, frente a un 34,5% que lo considera negativo. Esta percepción no se basa en una adhesión ideológica, sino en una comparación con el presente: la corrupción, la desigualdad y la inseguridad son los ejes que empujan a idealizar el pasado. Además, el 65% sostiene que entonces había menos corrupción y el 75% que se vivía con mayor seguridad.
La paradoja se completa con otro dato contundente: el 80% admite que en el comunismo no había libertad, y solo un 9% cree que se gozaba de más libertades que hoy. Es decir, se reconoce la naturaleza represiva del régimen, pero aún así se valora como preferible frente a una democracia disfuncional. Este conflicto entre memoria histórica y malestar actual es una de las claves del resurgimiento simbólico de Ceaușescu.
Entre los más nostálgicos aparecen principalmente personas con bajo nivel educativo, habitantes de zonas rurales o exindustriales, y mayores de 60 años. No obstante, también hay un sector joven que idealiza lo que no vivió, influenciado por relatos familiares y por redes sociales. TikTok y Facebook han multiplicado contenidos que exaltan el "orden" comunista y critican la pérdida de soberanía económica.
El director de INSCOP, Remus Stefureac, advirtió que este tipo de percepciones está siendo amplificada por campañas de desinformación de origen externo, en particular de matriz rusa, que promueven una narrativa de decadencia europea y retorno al nacionalismo soberanista. El anclaje en Ceaușescu no implica una rehabilitación doctrinaria del comunismo, sino una expresión del hartazgo frente al presente.
Según el informe, el 71% de los rumanos cree que el país ha perdido su identidad nacional desde 1989, lo que conecta con una sensación de desarraigo cultural. A esto se suma que un 68% cree que Rumanía producía más bienes durante el comunismo que hoy, y un 58,7 % que los servicios de salud y educación funcionaban mejor.
Esa nostalgia estructural está menos anclada en lo que se tuvo que en lo que no se recibió tras el cambio de sistema. La democracia trajo libertades formales, pero no cumplió con las promesas materiales: bienestar, justicia y equidad. Muchos ciudadanos sienten que el sacrificio de la transición no fue recompensado, y por eso miran hacia atrás.
Hace 35 años el dictador comunista rumano Nicolae Ceaușescu y su esposa Elena, fueron dados de baja por un pelotón de fusilamiento, el 25 de diciembre de 1989. Y allí fue el fin del comunismo en Rumania. ¿Estás de acuerdo en que este debe ser el FINAL de los TIRANOS comunistas? pic.twitter.com/DGdFrR8499
— Eduardo Menoni (@eduardomenoni) December 25, 2024
El caso rumano expone un dilema que trasciende sus fronteras: cuando la democracia no produce resultados tangibles, la memoria del autoritarismo puede volverse atractiva. No se trata de ignorancia histórica, sino de un régimen de frustración que debilita la cultura democrática. La nostalgia, en este contexto, no es ideológica sino reactiva.
Revertir esa tendencia exige más que recordar los abusos del pasado: requiere una política que funcione, que reduzca la desigualdad y recupere la confianza social. Mientras eso no ocurra, Ceaușescu seguirá ganando terreno en el imaginario colectivo, no por lo que fue, sino por lo que la democracia no ha logrado ser.