
En sus primeros diez meses de gobierno, Claudia Sheinbaum ha enfrentado uno de los principales desafíos de cualquier administración en México: la inseguridad como preocupación central de la ciudadanía. Si bien las cifras de violencia siguen siendo alarmantes en varias regiones, recientes encuestas indican una ligera mejora en la percepción general de los mexicanos sobre este tema.
De acuerdo con datos publicados este 30 de julio, la percepción de inseguridad bajó del 53% en marzo al 51% actual, lo que marca una tendencia positiva en comparación con diciembre de 2024, cuando esta cifra había descendido a 45% antes de volver a subir. Esta oscilación refleja no solo la complejidad del tema, sino también la sensibilidad ciudadana ante episodios de violencia específica.
Pese a los avances, la brecha entre los indicadores objetivos y la sensación subjetiva de inseguridad persiste. Según la última Encuesta Nacional de Seguridad Urbana (ENSU) del INEGI, el 63.2% de la población adulta aún se siente insegura en su ciudad, una cifra que supera el 61.9% registrado en marzo. Este aumento puede atribuirse a focos de violencia localizados como los recientes eventos en Sinaloa.
El caso de Culiacán, donde el 90.8% de los encuestados manifestaron sentirse inseguros, expone la gran disparidad regional en materia de seguridad. Aunque los indicadores nacionales muestran cierto alivio, los brotes violentos generan olas de pánico que distorsionan la imagen general, debilitando los avances en otras zonas del país.
En respuesta a estas percepciones, el gobierno de Sheinbaum ha acelerado la ejecución de su estrategia de seguridad basada en cuatro pilares: prevención de las causas, fortalecimiento policial, inteligencia e investigación, y coordinación institucional. Bajo esta lógica, se han reportado 7.720 detenciones, 178 toneladas de droga incautadas y la destrucción de 1.150 laboratorios de metanfetamina.
Estas acciones se complementan con programas de enfoque social, como "Sí al Desarme, Sí a la Paz", orientado a la entrega voluntaria de armas. El despliegue de 3.500 nuevas patrullas en la Ciudad de México también marca un esfuerzo por profesionalizar y modernizar el patrullaje urbano, una de las demandas históricas en zonas densamente pobladas.
Frente al escenario heredado, donde el sentimiento de inseguridad había escalado en los últimos años del sexenio anterior, los primeros datos del actual gobierno representan un cambio leve pero consistente. Aunque todavía es pronto para hablar de una transformación estructural, los expertos reconocen que la tendencia, por ahora, se aleja del deterioro continuo.
El respaldo también se refleja en los índices de aprobación. La presidenta mantiene una imagen positiva cercana al 80%, con énfasis en sus programas sociales y de género, lo que indica que la ciudadanía distingue entre diferentes frentes de gestión y reconoce esfuerzos incluso en temas tan críticos como la seguridad.
No obstante, en un movimiento que ha generado debate, Sheinbaum anunció una revisión metodológica de la ENSU, buscando afinar los mecanismos de recolección de datos, periodicidad y tipos delictivos contemplados. Según el gobierno, esto permitirá medir con mayor precisión los cambios reales, aunque algunos sectores temen una posible manipulación de las cifras.
El enfoque también apunta a mejorar la comunicación institucional sobre los logros en seguridad, con una narrativa que reconozca los retos pero no subestime los avances. Parte de la estrategia consiste en reposicionar la confianza ciudadana en las instituciones, una tarea compleja en un país marcado por años de desconfianza estructural.
Si bien el descenso en la percepción de inseguridad es modesto, representa una señal de que las políticas de seguridad del actual gobierno comienzan a generar efectos psicológicos positivos. Sin embargo, los niveles siguen siendo muy altos y vulnerables a retrocesos ante episodios puntuales de violencia.
La administración Sheinbaum tiene ante sí el desafío de consolidar resultados tangibles y mantener una estrategia comunicacional que vincule datos con realidades percibidas. La brecha entre estadísticas y sensaciones será una de las pruebas más exigentes para sostener el apoyo social en este terreno.