
En una decisión que desafía abiertamente la presión de su principal socio comercial, el gobierno canadiense liderado por el primer ministro Mark Carney reafirmó este miércoles que seguirá adelante con su plan para reconocer oficialmente a Palestina como Estado en la Asamblea General de la ONU en septiembre. La postura se mantiene incluso después de que el presidente estadounidense, Donald Trump, anunciara posibles aranceles punitivos contra productos canadienses.
"Nuestro compromiso con una paz justa en Medio Oriente no se negocia a cambio de tarifas", declaró la ministra de Relaciones Exteriores canadiense en un mensaje que pareció dirigido directamente a la Casa Blanca. Para Ottawa, el respaldo a una solución de dos Estados es una política exterior basada en principios, no en cálculos de conveniencia.
El gesto canadiense es más que simbólico: representa una ruptura con décadas de alineamiento automático con la diplomacia estadounidense. Fuentes diplomáticas afirman que Carney, exgobernador del Banco de Inglaterra, ve el conflicto israelí-palestino como una deuda histórica de la comunidad internacional, y considera que el statu quo ya no es sostenible.
Canadá se une así a una ola de países occidentales como Irlanda, España, Noruega, Francia y el Reino Unido que han manifestado públicamente su intención de avanzar en el reconocimiento de Palestina. Ottawa ha sido claro en que el respaldo está condicionado a reformas institucionales palestinas, como elecciones libres y el distanciamiento de Hamás.
Trump reaccionó con dureza al anuncio. A través de su red Truth Social, calificó la decisión canadiense como una "traición a Israel" y advirtió que sin acuerdo comercial antes del 1 de agosto, Estados Unidos impondrá un arancel del 35% a productos no cubiertos por el USMCA. Aunque en el pasado ya se utilizaron aranceles con fines políticos, es la primera vez que se aplica como represalia directa a una decisión diplomática.
Sectores del Partido Republicano aplaudieron el movimiento, mientras que la comunidad empresarial en EE.UU. y Canadá expresó preocupación por los efectos económicos. Economistas advierten que una escalada podría afectar rubros sensibles como la madera, el acero y el sector automotriz.
Pese al riesgo de represalias, la decisión ha dado visibilidad internacional al primer ministro canadiense. Mark Carney se posiciona como un referente moderado con capacidad de liderazgo en temas globales, desmarcándose tanto del aislacionismo de Trump como de la inercia diplomática de otros gobiernos del G7.
En medios europeos y de Medio Oriente, la posición de Canadá fue recibida con elogios, incluso desde sectores tradicionalmente críticos. Analistas señalan que esta postura puede reforzar la candidatura de Canadá a un puesto rotativo en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Más allá del impacto comercial, la jugada canadiense marca un cambio de paradigma: la política exterior basada en principios vuelve al centro del debate. En un escenario internacional donde el pragmatismo geopolítico suele dominar, Canadá lanza un mensaje claro: algunos valores no están en venta.
Este nuevo eje Ottawa-Ramala podría tensar aún más las relaciones con Washington, pero también proyecta a Canadá como un actor relevante en el rediseño del orden internacional post-2024. El desenlace, más que arancelario, será político.