
Eduardo Verástegui ha pasado de protagonizar telenovelas a liderar una cruzada política que lo posiciona como uno de los voceros más activos del conservadurismo ultracristiano en México. Su relación directa con figuras como Donald Trump, Santiago Abascal o Javier Milei lo coloca en el eje de una red que busca importar a México una narrativa contraria a los avances en derechos civiles y políticas sociales.
En 2023 intentó lanzarse como candidato independiente a la presidencia, pero su campaña fracasó al reunir solo el 14 % de las firmas necesarias. Sin embargo, logró sostener una presencia mediática constante, recurriendo a símbolos religiosos, lenguaje antiglobalista y discursos provida que conectan con una franja específica del electorado, aunque sin traducirse en estructura partidaria.
La cercanía de Verástegui con Trump funciona principalmente como un megáfono de alcance continental. En sus redes sociales y apariciones públicas, el actor ha exaltado al expresidente estadounidense como un referente de los “valores tradicionales”, llegando incluso a producir un rap titulado Latinos con Trump. Más que un aval político formal, el vínculo le otorga visibilidad y acceso a audiencias que luego replica en territorio mexicano.
Observadores académicos señalan que este esquema de “amplificación cruzada” permite a Verástegui colgarse de la maquinaria comunicacional republicana sin rendir cuentas internas. El resultado es una exportación de consignas y marcos discursivos que poco dialogan con la realidad mexicana, pero que sí polarizan el debate público.
Verástegui se ha integrado en un ecosistema transnacional que incluye a VOX en España, Steve Bannon en Estados Unidos y sectores libertarios sudamericanos. Su asistencia recurrente a la CPAC y su participación en foros ideológicos le han asegurado recursos, plataformas y legitimidad simbólica que compensan la debilidad de su base local.
No obstante, su creciente exposición también acarrea críticas dentro del propio conservadurismo mexicano, donde se le reprocha depender de agendas foráneas y no articular propuestas concretas sobre seguridad, economía o desarrollo social.
La llegada de Claudia Sheinbaum al poder coincidió con un endurecimiento del discurso de ciertos sectores republicanos en torno a la seguridad fronteriza y el narcotráfico. Aunque la nueva administración estadounidense mantiene una relación institucional con México, actores mediáticos afines —entre ellos Verástegui— impulsan narrativas que cuestionan la capacidad del gobierno mexicano para enfrentar al crimen organizado.
Sheinbaum ha respondido enfatizando la soberanía nacional y la cooperación bilateral basada en el respeto mutuo. La retórica de Verástegui, que normaliza la idea de intervenciones unilaterales bajo argumentos morales, complica la postura de unidad interna que la presidenta busca consolidar frente a Washington.
Pese a sus esfuerzos, Verástegui carece de estructura partidaria y masa crítica. Sus mensajes resuenan sobre todo entre audiencias digitales afines al catolicismo militante, sin permear de forma significativa en el electorado general. Los intentos de formar un partido han naufragado por falta de cuadros y financiamiento doméstico.
Su verdadero capital radica en el impacto cultural y simbólico: desplaza la atención hacia ejes morales, introduce terminología bélica (“batalla cultural”) y reabre debates sobre derechos reproductivos, creando un clima favorable para la importación de políticas ajenas al consenso local.
Eduardo Verástegui opera como un caballo de Troya ideológico que, bajo la bandera de la fe y la defensa de la familia, busca insertar en el debate mexicano postulados supuestamente conservadores que quizás no entiende bien. Su limitada tracción electoral no debe subestimarse: la historia reciente muestra que la normalización de discursos excluyentes puede ser el primer paso hacia proyectos políticos autoritarios.
En última instancia, el reto para la sociedad mexicana no es confrontar a Trump, cuya influencia es sobre todo indirecta, sino deconstruir la narrativa de Verástegui y evaluar con mirada propia las propuestas que, bajo un ropaje religioso, pretenden moldear el futuro del país.