
La interna entre el PRO y La Libertad Avanza (LLA) en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires llegó, ayer domingo, a su máxima tensión. Con el reloj electoral corriendo, los amarillos enfrentan una disyuntiva sin retorno: entregarse a una fusión que los licua o arriesgarse a competir solos con un electorado que ya no los reconoce. Pero, ¿ya no se dejaron basurear demasiado como para intentar un ademán de dignidad?
La escena de esta semana dejó en claro que no hay voluntad de paridad. Desde el entorno de Karina Milei —la verdadera jefa política de la Capital— las condiciones fueron explícitas: el PRO puede entrar, pero bajo las reglas del mileísmo. Diseño de boleta, colores, narrativa y hasta estética. Todo será libertario. Y el cupo ofrecido en la lista de diputados no deja lugar a dudas: un solo lugar visible entre los seis primeros, y gracias.
El gesto fue leído por el PRO como un destrato y por LLA como coherencia estratégica. Para el mileísmo, la elección porteña ya está saldada. En las PASO, arrasaron con un 30% mientras el PRO cayó por debajo del 17%. Desde entonces, la ecuación no se alteró: ¿por qué ceder protagonismo a una fuerza que ya no lidera ni su bastión histórico?
Mauricio Macri convocó de urgencia a una reunión del PRO porteño para definir postura, pero el margen de maniobra es escaso. Jorge Macri fue directamente vetado de las conversaciones por Karina Milei. El resto del partido se divide entre quienes quieren entrar como sea para no desaparecer, y quienes entienden que este acuerdo no es integración sino absorción.
En el fondo, esta tensión expone el colapso del modelo PRO. Milei no vino a pactar, vino a ocupar. Su lógica es de conquista, no de coalición. Y eso pone al macrismo ante un espejo que duele: si ceden, se diluyen. Si resisten, probablemente queden fuera de juego. La espada o la pared.
Desde la lógica de poder, LLA avanza con brutal eficacia. Ya cooptó a sectores del PRO nacional, sedujo a figuras de Juntos y tiene armado propio en la Ciudad. Su expansión se basa en lo que el PRO supo construir pero no supo sostener: territorio, narrativa e identidad clara. Hoy, el partido que inventó la modernidad política argentina no puede ni negociar su lugar en una lista.
Mientras tanto, el tiempo corre. El cierre de alianzas está a horas. Si no hay acuerdo, el PRO deberá enfrentar en soledad una elección en la que ya perdió su hegemonía. Si lo hay, será bajo condiciones que lo convierten en una fuerza de decoración.
La Libertad Avanza no se sienta a compartir el plato. Lo sirve. El que quiere, come. El que no, se queda con hambre. Y el PRO, que alguna vez marcó el pulso político de la Ciudad, hoy se encuentra reducido a esto: mendigar un lugar, sin saber si ese lugar es el principio de su final.