08/08/2025 - Edición Nº913

Policiales

Una historia sorprendente

Identificaron los restos hallados en la casa de Cerati: eran de un adolescente que desapareció en 1984

06/08/2025 | Después de 41 años, una fosa hallada en medio de una obra reveló el destino de un adolescente que había desaparecido sin dejar rastro.



La historia de Diego Fernández Lima, un adolescente desaparecido en julio de 1984, parecía condenada al olvido. Durante cuatro décadas su familia convivió con la ausencia y la impunidad. Hasta que, por una coincidencia inesperada, su nombre volvió a surgir de un terreno en obras en el barrio de Coghlan, en la Ciudad de Buenos Aires, donde vivió el músico Gustavo Cerati. 

El 20 de mayo de 2025, albañiles que trabajaban en una construcción sobre la avenida Congreso al 3700 encontraron restos óseos enterrados a poca profundidad, tras la caída de una medianera que dividía dos propiedades. Aquella parcela, donde se alzaba una antigua casona, fue alquilada entre 2002 y 2003 por Cerati, dato que captó la atención pública aunque él no tuviera ninguna relación con el crimen.

El avance de la investigación forense, encabezada por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), permitió identificar los restos: pertenecían a Diego, un joven de 16 años que había desaparecido el 26 de julio de 1984 tras salir de su casa con la excusa de visitar a un amigo. Nunca regresó.

Aquel día, Diego almorzó con su madre y luego pidió unas monedas para el colectivo. Fue visto por última vez esa tarde, en una esquina del barrio de Belgrano. A la noche, sus padres intentaron hacer la denuncia, pero fueron ignorados por la comisaría: “Se fue con una mina”, les dijeron. Desde entonces, ninguna autoridad investigó el caso.

Su familia buscó incansablemente. Repartieron panfletos, escribieron a medios, y solo lograron una entrevista en la revista ¡Esto! en 1986, donde su padre, Juan, denunció la desidia policial. Con los años, Juan murió en un accidente de tránsito, convencido de que su hijo había sido víctima de una secta.

El cuerpo fue enterrado con apuro en una fosa de apenas 60 centímetros de profundidad. La autopsia reveló una puñalada en la cuarta costilla derecha y marcas de un intento fallido de desmembramiento. Junto a los restos había varios objetos personales: un corbatín escolar azul, una suela de zapato talle 41, un llavero con llave, un reloj Casio con calculadora y una moneda japonesa de 5 yenes usada como dije.

El caso se destrabó cuando un sobrino de Diego, al leer la noticia del hallazgo, relacionó los datos con la historia familiar. La confirmación llegó tras un análisis de ADN realizado a la madre del joven, quien recibió la noticia de sus hijos.

Hoy, el fiscal Martín López Perrando intenta reconstruir lo ocurrido. Si bien se sospecha que el crimen prescribió, la causa sigue abierta. Se prevé citar a declarar a quienes vivían en la casa lindera en 1984, una mujer mayor y sus dos hijos, todos de apellido Graf.