
La crisis comercial entre Estados Unidos y Brasil se agrava, y la respuesta del presidente Luiz Inácio Lula da Silva ha despertado fuertes críticas tanto dentro como fuera del país. Frente al arancel del 50% impuesto por Washington a productos brasileños, Lula ha rechazado públicamente cualquier contacto directo con Donald Trump, calificando la idea de "humillante". En lugar de intentar desactivar el conflicto con diplomacia, el mandatario ha optado por endurecer su postura y redirigir sus esfuerzos a una cumbre alternativa con líderes del BRICS.
La decisión de Lula es una muestra de soberbia política que podría costarle caro a la economía brasileña. Estados Unidos sigue siendo uno de los principales socios comerciales del país, y la negativa a entablar diálogo con la administración Trump implica no solo una pérdida de oportunidades para aliviar las sanciones, sino también una señal preocupante sobre el aislamiento creciente de Brasil en el tablero global.
En lugar de poner al país por delante, Lula ha convertido una crisis comercial en un escenario personalista. Rechazar el diálogo bajo el argumento de la dignidad nacional puede sonar bien en discursos internos, pero carece de efectividad en la arena internacional. Mientras otros gobiernos buscarían canales diplomáticos para suavizar las tensiones, Lula apuesta por una retórica ideológica que, en la práctica, deja sin protección a sectores exportadores estratégicos como el agrícola y el industrial.
Incluso dentro de su propia coalición, surgen cuestionamientos por la falta de pragmatismo. Empresarios del agronegocio, sindicatos de comercio exterior y gobernadores de estados productores han expresado su preocupación por la ausencia de una vía diplomática que contenga el daño económico. Se estima que el impacto podría superar los 6.000 millones de dólares anuales si no se revierte la medida.
La propuesta de Lula de buscar apoyo de India, China y otros miembros del BRICS suena bien sobre el papel, pero en los hechos no garantiza una solución. Estos países no están sujetos a las mismas sanciones ni tienen incentivos directos para mediar con Trump en favor de Brasil. Además, los tiempos de la diplomacia multilateral suelen ser largos, mientras que los efectos del arancel se sienten ya en las exportaciones.
El rechazo a la llamada con Trump es un símbolo de una estrategia que privilegia la confrontación por sobre el diálogo. Si bien es legítimo defender la soberanía nacional, hacerlo a costa del bienestar económico del país puede convertirse en una derrota política. Lula, al priorizar su narrativa ideológica, corre el riesgo de debilitar el frente interno justo cuando necesita cohesión.
🇧🇷🇺🇸 Brasil presenta demanda ante la OMC contra EE.UU. tras aranceles que entran en vigor hoy https://t.co/caSrkkUwjA
— RT en Español (@ActualidadRT) August 6, 2025
El Gobierno brasileño presenta una demanda contra EE.UU. ante la Organización Mundial del Comercio.
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En lugar de asumir el liderazgo como puente entre bloques geopolíticos, Lula ha optado por enconarse en una postura que recuerda los peores momentos del aislacionismo latinoamericano. Su negativa a buscar entendimientos directos pone en entredicho su capacidad de manejar tensiones externas con madurez política. Frente a un Trump que actúa con pragmatismo crudo, Brasil necesita más estrategia y menos orgullo.