
En Venezuela, el poder no solo controla el gobierno, las fuerzas armadas y los tribunales. Ahora también se arroga el derecho de definir quién puede llamarse oposición. Así lo ha dejado claro el régimen de Nicolás Maduro tras las recientes elecciones municipales del 27 de julio, donde con una participación mínima y sin la presencia de las fuerzas opositoras tradicionales, el oficialismo ha proclamado a una “nueva oposición” integrada por partidos dispuestos a convivir con las reglas del chavismo.
El presidente de la Asamblea Nacional, Jorge Rodríguez, ha sido explícito al reconocer a grupos como Unidad y Cambio, Fuerza Vecinal, Avanzada Progresista, Cambiemos, Soluciones y Alianza del Lápiz como los nuevos contrapesos políticos del país. Todos estos partidos comparten una característica fundamental: aceptan las reglas impuestas por el chavismo y no cuestionan abiertamente la legitimidad del sistema electoral actual.
Esta proclamación ocurre en un contexto en el que las organizaciones históricas de la oposición -como Primero Justicia, Voluntad Popular, Vente Venezuela y Acción Democrática- se encuentran proscritas, intervenidas judicialmente o forzadas al exilio. Sus líderes, entre ellos María Corina Machado, han sido excluidos del proceso político mediante inhabilitaciones administrativas o persecuciones judiciales. En ese vacío institucional, el chavismo rellena el espacio con actores dispuestos a colaborar, ofreciendo así una ilusión de pluralidad.
Para analistas como Carmen Beatriz Fernández, lo que está en marcha es un proceso de “domesticación de la oposición”. En lugar de permitir el juego democrático real, el oficialismo busca construir una vitrina política donde los opositores reconocidos sean funcionales a su permanencia en el poder. El objetivo es claro: ofrecer un escenario de normalidad que permita dialogar con la comunidad internacional sin perder el control real del país.
Las elecciones municipales, donde se renovaron más de 300 alcaldías, estuvieron marcadas por una abstención superior al 58 %, lo que evidencia el desinterés o la desconfianza generalizada de la ciudadanía. La baja participación fue interpretada por figuras del exilio como un respaldo a la estrategia de desconocimiento del sistema, promovida por líderes como Machado desde el exterior.
Aun así, el chavismo logró una victoria aplastante en la mayoría del territorio nacional, consolidando su poder local. No obstante, la oposición crítica —aquella que aún conserva estructuras organizadas— logró retener bastiones simbólicos como Chacao, Baruta, El Hatillo, Lechería y Maneiro, evidenciando que en zonas urbanas con mayor densidad informativa y organización cívica, el oficialismo sigue sin poder penetrar del todo.
Desde el Palacio de Miraflores, se ha celebrado esta elección como una “fiesta democrática”, mientras los medios estatales amplificaban la narrativa de victoria sin reconocer las condiciones estructurales de desigualdad. Se trata, en efecto, de una operación propagandística que busca consolidar la narrativa de que Venezuela ha superado su crisis institucional y se encuentra en plena normalización democrática.
Sin embargo, voces internas al chavismo también muestran fisuras. La exconstituyentista María Alejandra Díaz, que se refugió en enero en la embajada de Colombia en Caracas, continúa sin salvoconducto para salir del país. Su caso es emblemático de una estructura política que no tolera ni siquiera las disidencias internas, consolidando un entorno donde el control absoluto es disfrazado de institucionalidad.
Esta “nueva oposición” también tiene un público objetivo: los actores internacionales que exigen ciertos estándares mínimos para reactivar negociaciones o levantar sanciones. Al crear interlocutores válidos dentro de su propio marco, el chavismo intenta reducir la presión externa mientras mantiene a raya a sus verdaderos adversarios políticos.
La estrategia no es nueva, pero sí más sistemática. Con una oposición neutralizada o exiliada, y otra cooptada dentro del sistema, el régimen busca transitar la campaña presidencial de 2026 sin turbulencias, mostrando al mundo una democracia de cartón donde todo parece funcionar, aunque nada funcione realmente.
La verdad detrás de la elecciones municipales en dictadura: ocultan resultados, urnas vacías y 90% de abstención.
— Esteban Oria (@estebanoria) July 30, 2025
El chavismo se adjudica 285 de 335 alcaldías y reparte 50 a la “falsa oposición” para simular pluralismo.
La dictadura ya ni finge: sin actas, sin transparencia y con… pic.twitter.com/TpO74fSqID
El chavismo ha comprendido que su permanencia ya no depende solo de la represión, sino también de su capacidad de crear escenarios controlados que aparenten institucionalidad. Esta nueva “oposición” proclamada no representa una alternativa real, sino un recurso más del poder para simular equilibrio democrático en medio de un régimen autoritario.
La pregunta que queda es si la comunidad internacional caerá nuevamente en la trampa del espejismo electoral o si, por el contrario, exigirá condiciones reales para el restablecimiento del pluralismo político en Venezuela. Hasta entonces, el país seguirá atrapado en una democracia diseñada por el propio poder.