08/08/2025 - Edición Nº913

Internacionales

Modelo productivo

Chile debate duplicar producción de cobre: impactos posibles

08/08/2025 | Políticos proponen duplicar cobre y salmón, pero expertos alertan sobre su impacto ambiental y social.



La economía chilena enfrenta un dilema estructural: apostar por la intensificación de sus sectores extractivos o replantear por completo su matriz productiva. En pleno año electoral, propuestas como la del exministro Ignacio Briones –quien asesora a la candidata Evelyn Matthei– plantean duplicar la productividad del cobre y triplicar la producción de salmón hacia 2050. Este tipo de estrategia, presentada como vía rápida hacia el crecimiento, omite un diagnóstico elemental: el modelo extractivo chileno ya muestra signos de agotamiento ecológico y social.

Chile ha edificado gran parte de su prosperidad en base a la explotación de recursos naturales. Pero el aumento sostenido en la producción minera y acuícola ha provocado daños irreversibles: desde la destrucción de glaciares y reservas hídricas hasta la degradación del ecosistema marino. A pesar de ello, las recetas económicas tradicionales insisten en una idea de progreso que no reconoce los límites físicos del territorio ni el costo humano asociado.

El espejismo del crecimiento ilimitado

Las cifras macroeconómicas parecen respaldar estas apuestas. El cobre representó más del 50 % de las exportaciones en 2024, mientras el salmón chileno ocupa el segundo lugar mundial en ventas. Sin embargo, este crecimiento oculta una fragilidad estructural: dependencia de mercados volátiles, presión geopolítica –como los recientes aranceles de EE. UU.– y un impacto ecológico desbordado. El auge no es sostenible si se apoya en prácticas que erosionan el propio suelo donde se sustenta.

La propuesta de “destrabar la permisiología”, eufemismo para referirse a la flexibilización ambiental, pone en riesgo las últimas barreras de protección territorial. Según Francisco Salinas, académico de la Universidad Alberto Hurtado, lo que se plantea “no es una visión de desarrollo, sino una huida hacia adelante”. Las reglas ambientales, lejos de ser un obstáculo, son condiciones mínimas para evitar desastres a gran escala como los que ya se registran en zonas mineras y salmoneras.

Costos humanos y territoriales

Los habitantes de comunidades aledañas a centros de cultivo de salmón en el sur del país han denunciado por años malas prácticas sanitarias, mortandad masiva de peces y contaminación de aguas. En el norte, las faenas mineras continúan afectando glaciares y cuencas que alimentan a miles de personas, provocando conflictos sociales latentes. La productividad, entendida como acumulación de capital, ignora el deterioro silencioso de la vida cotidiana de quienes habitan los territorios sacrificados.

A esto se suma la infraestructura energética y logística saturada, incapaz de sostener una expansión de esta magnitud sin colapsar. Según estudios del propio Ministerio de Obras Públicas, muchas rutas, puertos y redes eléctricas ya operan al límite. Doblar o triplicar la actividad sin una inversión estructural previa significaría simplemente acelerar el deterioro sin obtener beneficios duraderos.

Alternativas invisibilizadas

En contraste con la inercia extractiva, existen propuestas que apuntan hacia un desarrollo más equilibrado. Iniciativas como “Domar el Sol”, que promueve el aprovechamiento del potencial solar del desierto de Atacama para generar energía limpia, hidrógeno verde y digitalización, abren la puerta a una economía del siglo XXI. No se trata de abandonar la minería o la acuicultura, sino de reubicarlas en un marco de responsabilidad, diversificación y valor agregado.

El desafío es político y cultural. A pesar del consenso técnico sobre los límites del actual modelo, los espacios de toma de decisión siguen anclados en paradigmas de los años 80. La resistencia a adoptar un nuevo contrato socioecológico obedece más a intereses económicos enquistados que a falta de ideas o alternativas viables.

Un futuro difuso 

La discusión sobre el futuro económico de Chile no puede reducirse a variables de producción o exportación. Insistir en intensificar sectores ya colapsados sin considerar sus consecuencias ambientales y sociales es una estrategia de alto riesgo. A mediano plazo, el costo de no corregir el rumbo puede ser irreversible.

Lo que está en juego no es solo la competitividad global, sino la viabilidad misma del país como espacio habitable, justo y equilibrado. Chile debe elegir entre un crecimiento basado en la depredación o un desarrollo anclado en el cuidado de su territorio y su gente.