12/08/2025 - Edición Nº917

Opinión


Altares del Siglo XXI

Pan, paz, trabajo… y el desafío de construir una Argentina que se abrace como hermanos

10/08/2025 | En la celebración de San Cayetano, la imagen de miles caminando hacia un mismo lugar invita a pensar cómo pasar de los gestos simbólicos a acuerdos duraderos que fortalezcan la hermandad nacional.



Este 7 de agosto, la homilía de Jorge García Cuerva, Arzobispo Metropolitano de Buenos Aires en la fiesta de San Cayetano dejó flotando una pregunta: ¿qué nos impide volver a mirarnos como hermanos? Afuera del santuario, la fila interminable era un recordatorio de que, en medio de nuestras crisis recurrentes, seguimos buscando algo que nos una. Una mujer sostenía una vela con ambas manos para que el viento no la apagara; un hombre de traje, con una carpeta bajo el brazo, compartía un mate con una joven que vestía uniforme de trabajo. No se conocían, pero esperaban juntos. Esa imagen, tan simple, parecía resumir el país que podríamos ser.

Volver a mirarnos: del gesto al acuerdo

La Argentina carga con una paradoja: tenemos una identidad colectiva muy fuerte y, al mismo tiempo, una tendencia crónica a dividirnos. Cambiamos gobiernos, ciclos económicos y discursos, pero las fracturas persisten. Desigualdad, violencia política, descreimiento en las instituciones, pérdida de confianza entre nosotros: cada uno de esos males es una grieta que ensancha la distancia. 

En días como este, la escena frente a San Cayetano muestra otra posibilidad. No se trata de idealizar ni de romantizar la fe popular, sino de leerla como un termómetro: aquí, en medio de la espera, conviven realidades muy distintas que, por un momento, caminan juntas. Quizás ese sea el desafío central para reconstruirnos: pasar de encuentros excepcionales a acuerdos duraderos, de gestos simbólicos a políticas concretas que devuelvan sentido de pertenencia.

Las grietas que no salen en la foto

Hablar de hermandad es fácil en abstracto, pero cualquier intento serio de alcanzarla choca con realidades duras. La desigualdad no es un dato de planilla: se traduce en barrios donde el agua potable es un privilegio y en familias que no saben qué van a comer mañana. La violencia política no es solo un fenómeno mediático: erosiona la posibilidad de diálogo y convierte cada diferencia en motivo de desconfianza. Y la corrupción, más allá de nombres y colores, deja una marca que corroe la base: la sensación de que las reglas no son iguales para todos. 

A esto se suma un deterioro más silencioso: la pérdida de confianza entre nosotros. Nos cuesta creer que el otro, ese que piensa distinto, que vive en otra provincia, que habla con otro acento, pueda querer lo mismo para el país. Esa desconfianza alimenta el individualismo, y el individualismo, a su vez, debilita cualquier proyecto común. 

No es que falten ejemplos de solidaridad: los hay y son muchos. El operativo de asistencia conjunto en las inundaciones de La Plata en 2013, donde vecinos, voluntarios y fuerzas de seguridad trabajaron codo a codo, mostró que la cooperación es posible. El problema es que no logramos trasladar ese espíritu a la vida política cotidiana. 

El país vive atrapado en una lógica pendular, donde cada avance parece desarmarse en el siguiente giro de gobierno. Así, el “todos hermanos” que resuena en San Cayetano queda, muchas veces, atrapado en la plaza, sin atravesar la puerta hacia las decisiones que moldean nuestro destino colectivo.

De la emoción a los cimientos

La hermandad no se decreta: se construye con cimientos claros y compromisos que sobrevivan a los cambios de turno. Y para que eso pase hacen falta tres cosas, medibles y concretas: 

Instituciones que funcionen para todos: presupuestos plurianuales, auditorías abiertas y autoridades elegidas por mérito, no por alineamiento político. El INCUCAI es un ejemplo de organismo que, pese a los vaivenes políticos, ha mantenido un estándar de excelencia y confianza pública. 

Políticas que trasciendan gobiernos: metas a diez años con reportes anuales obligatorios al Congreso, blindadas contra el recorte arbitrario. La Asignación Universal por Hijo, más allá de las críticas, ha sobrevivido a distintas gestiones y demuestra que ciertos consensos son posibles. 

Un pacto cultural básico: protocolos de diálogo entre oficialismo y oposición en temas como educación, seguridad e ingresos, que se activen ante cada crisis. El espíritu de San Cayetano, pan, paz y trabajo, ya define la agenda mínima de un país viable. Falta que la política, la economía y la sociedad civil la tomen como hoja de ruta, no como consigna de un día al año.

Cuando el rumbo se sostiene

Una Argentina que camina en la misma dirección no es un país sin conflictos: es un país donde las diferencias no destruyen los puentes. En ese escenario, un chico que entra al jardín de infantes puede egresar del secundario bajo el mismo estándar educativo, sin importar quién gobierne. Las pymes invierten sabiendo que las reglas laborales y fiscales no cambiarán cada año. Las políticas de salud y vivienda mantienen sus objetivos aunque cambien los ministros. 

En esa Argentina, sindicatos, empresas, universidades y organizaciones comunitarias saben que el progreso de uno depende del progreso del otro. Lo que hoy vemos un 7 de agosto, miles de personas distintas avanzando hacia un mismo lugar, se volvería cotidiano: una sociedad que entiende que el futuro no se construye sola, y que el progreso individual está inevitablemente ligado al colectivo.

El momento de empezar

La reconstrucción de la hermandad no vendrá con un decreto ni con una elección ganada. Va a empezar el día que decidamos que el otro no es un obstáculo, sino parte de la misma historia. Que cada discusión valga porque acerca una solución, no porque nos da la razón.

Ese cambio está en la forma en que tratamos al que piensa distinto, en cómo cuidamos lo que es de todos, en la voluntad de sostener lo que funciona aunque lo haya creado quien hoy es oposición. Un país no se reconstruye con milagros: se reconstruye con manos dispuestas, con palabras que unan y con decisiones que prioricen lo común.
No alcanza con tener razón: hay que tener país.

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JORGE GARCíA CUERVASAN CAYETANO