
Boca comenzó el 2025 con la ilusión de pelear por la tan ansiada séptima Copa Libertadores. Para ello, debía pasar dos fases eliminatorias que lo depositarían en la fase de grupos. El equipo que por ese entonces era dirigido por Fernando Gago no logró siquiera pasar la primera de ellas y se quedó sin competencias internacionales.
A partir de allí, la premisa fue clara: el Xeneize está obligado a pelear el torneo local y establecerse en la cima de la tabla anual pensando en la clasificación a las próximas copas. ¿Qué sucedió? Se mantuvo en zona de clasificación durante el Torneo Apertura pero una derrota ante River puso punto final al ciclo de Gago.
El despido del director técnico no fue lo único significativo que dejó el superclásico, sino que aquí comenzaría una racha que lleva tres meses y medio y 12 partidos.
Con un nuevo interinato de Mariano Herrón (el cuarto), empató ante Tigre, le ganó por penales a Lanús y perdió ante Independiente como local, quedándose afuera de la lucha por el título en los cuartos de final.
Riquelme llamó a un hombre de confianza para cambiar el rumbo.
Con la intención de cambiar el rumbo, Juan Román Riquelme llamó a un viejo conocido: Miguel Ángel Russo. El experimentado DT, protagonista en tres de los seis títulos de su gestión, asumió el 2 de junio y enseguida se puso a planificar el Mundial de Clubes sumando como refuerzos a Malcom Braida y Marco Pellegrino.
Boca tenía asegurados tres partidos de fase de grupos y buscaría al menos uno más clasificándose a los octavos de final. El primero de ellos, ante Benfica, fue empate 2 a 2 tras ir ganando 2 a 0. El segundo, a pesar de que muchos vaticinaban una goleada en contra, fue derrota 2 a 1 ante Bayern Múnich.
En ese momento, el equipo y los más de 50 mil hinchas de Boca que viajaron a Estados Unidos, parecían haber hecho las paces. El gol de Miguel Merentiel ante un conjunto alemán completamente superior y el cambio de actitud generalizado parecía un punto de inflexión pensando en el futuro.
Sin embargo, el destino marca que el Xeneize no tendría un 2025 tranquilo. Cuatro días después, el mismo plantel que le dio pelea a uno de los mejores equipos del mundo empató ante un rival semiprofesional.
La paz y comunión entre los hinchas de Boca que había reinado durante los dos primeros partidos en Miami se terminaron en Nashville, y pareciera que nunca volvieron. Con la cabeza puesta en el Torneo Clausura y la Copa Argentina, el equipo de Russo comenzó a planificar el segundo semestre.
El 10 de julio, por un momento, la alegría desbordó al pueblo Xeneize con la vuelta de un hijo de la casa: Leandro Paredes se convirtió en nuevo jugador de Boca. A la espera de su debut, el torneo comenzó con un empate sin goles ante Argentinos, rival directo en la tabla anual.
Cinco días después, el campeón del mundo debutó en La Bombonera y con un pase a la cabeza de Lautaro Di Lollo salvó al equipo de la derrota contra Unión. No obstante, en los siguientes dos partidos la salvación no llegó: dos derrotas consecutivas ante Atlético Tucumán y Huracán, con eliminación de la Copa Argentina incluida.
Tras dos semanas de descanso, y con los rumores de ciclo cumplido, el Boca de Russo rescató un empate sobre el final ante Racing pero continúa estirando la peor racha de su historia de partidos sin ganar.
En estos más de tres meses pasaron muchas cosas: derrota ante River, empate ante un equipo semiprofesional, llegó Paredes, se disolvió el Consejo de Fútbol, se fue el capitán. Lo que no apareció es una victoria, algo muy necesario en este momento de cambios para el club.
Y no, Boca no necesita los tres puntos para mejorar el promedio como demandan algunos hinchas que de manera exagerada piensan en el peor de los finales. Boca necesita ganar porque un club tan grande no puede darse el lujo de atravesar una racha tan negativa.
Necesita ganar porque está en deuda con el hincha que lo acompañó a Miami, a Nashville, a Santiago del Estero y lo acompañará el domingo en Mendoza. Boca debe ganar porque es Boca.