
En los últimos años, el concepto de "apropiación cultural" ha pasado de ser un término académico marginal a convertirse en un argumento mediático recurrente para atacar iniciativas artísticas, gastronómicas o de diseño. El caso reciente de Adidas y su modelo de sandalia "Oaxaca slip-on", inspirado en las huaraches tradicionales, es un ejemplo paradigmático de cómo un fenómeno natural de intercambio cultural puede ser presentado como un "robo".
En este caso, la empresa lanzó un diseño creado junto al diseñador mexicoamericano Willy Chavarría, que tomaba como referencia un calzado popular en Oaxaca. Bastó que el gobierno mexicano acusara "apropiación" para que surgiera una tormenta mediática, forzando a la compañía y al diseñador a disculparse públicamente.
La idea de que un patrón, forma o color pueda ser "propiedad" de una comunidad de manera exclusiva es problemática. La historia de la humanidad es la historia del mestizaje cultural: las lenguas, la comida, la música y la moda son el resultado de miles de años de influencia cruzada. Si las culturas hubieran permanecido "puras" y aisladas, hoy no existiría ni el jazz, ni el sushi fusión, ni la pizza hawaiana.
Los defensores del concepto alegan que se trata de proteger a comunidades vulnerables. Sin embargo, las acusaciones de apropiación cultural suelen ignorar que la difusión global de un elemento cultural puede ser una oportunidad para darlo a conocer y revalorizarlo. Una sandalia inspirada en Oaxaca, vendida por una marca global, podría generar interés turístico, económico y cultural, en lugar de "borrarlo".
En este caso, el propio diseñador tiene raíces mexicanas, lo que evidencia la arbitrariedad de estas acusaciones. ¿Debe una persona con ascendencia cultural pedir permiso a cada comunidad para reinterpretar un elemento de su propia herencia?
Además, el vínculo del diseñador con la cultura oaxaqueña no es un caso aislado. Muchas veces, quienes son acusados de “apropiación” tienen un lazo directo o indirecto con el elemento cultural, lo que convierte el debate en una discusión sobre “quién tiene derecho” a inspirarse en algo que, por definición, es parte del acervo humano.
La reacción oficial también plantea dudas. El anuncio de la presidenta Claudia Sheinbaum de explorar vías legales para restringir estos usos podría abrir la puerta a un laberinto de burocracia cultural, donde cada manifestación artística sería sometida a autorizaciones previas y disputas de “derechos” sobre tradiciones milenarias.
En un mundo hiperconectado, la creatividad y la innovación se alimentan del intercambio. Convertir ese intercambio en sospecha o delito es no solo absurdo, sino potencialmente nocivo para las mismas culturas que se pretende proteger.
#México acusa a #Adidas de apropiación cultural
— DW Español (@dw_espanol) August 7, 2025
Las autoridades de Oaxaca denuncian que las nuevas sandalias “Oaxaca Slip-On” de la marca alemana, inspiradas en huaraches zapotecos de Villa Hidalgo Yalálag, no dan crédito ni involucran a los artesanos de la región.
/trc pic.twitter.com/MNmO9kFpZy
El caso Adidas ilustra cómo el concepto de apropiación cultural, mal entendido, puede convertirse en un obstáculo para la creatividad y el reconocimiento mutuo entre culturas. La protección del patrimonio debe centrarse en evitar la explotación abusiva, pero no en impedir el flujo natural de influencias que ha definido a la humanidad desde sus orígenes.
La cultura no se empobrece por ser compartida; al contrario, se fortalece. Limitar su libre circulación no preserva su esencia, sino que la aísla y la condena a la irrelevancia.