
En Colombia, la médica Ana Cristina González ha sido una de las caras más visibles en la campaña para ampliar el aborto hasta las 24 semanas, una medida que para amplios sectores sociales supone una ruptura moral y legal con la defensa de la vida desde la concepción. Su paso del ámbito clínico a la política y el activismo feminista la colocó como figura clave del movimiento Causa Justa, impulsor de esta polémica despenalización.
Los críticos advierten que, detrás de este cambio legal, hay un profundo impacto cultural que debilita la protección a los no nacidos. Para González, la clave ha estado en movilizar un activismo organizado y con discurso firme; sin embargo, para sus opositores, ese mismo enfoque ha silenciado el debate sobre alternativas que protejan tanto a la madre como al hijo.
González afirma que hablar sin ambigüedades es esencial, aun si incomoda. Para los sectores provida, esta "claridad" ha sido en realidad una campaña que normaliza la interrupción voluntaria del embarazo como una opción de salud, sin dar suficiente peso a la objeción de conciencia y a la protección del niño por nacer.
El movimiento Causa Justa combinó litigios estratégicos, presión mediática y trabajo con comunidades. Críticos sostienen que este activismo judicial ha reducido el margen de decisión del Congreso y debilitado el principio democrático, imponiendo agendas desde los tribunales.
La médica reconoce que la suya es una causa colectiva, pero para sus detractores esa colectividad ha polarizado más a Colombia. Consideran que el discurso feminista proaborto ha minimizado el valor de la maternidad y ha ignorado soluciones que fortalezcan la adopción o el acompañamiento a mujeres en crisis.
Para estos sectores, el avance de la agenda abortista ha generado una fractura cultural difícil de cerrar. Temen que, con la nueva legislación, la sociedad pierda de vista la necesidad de proteger simultáneamente a la madre y al hijo, reemplazando políticas de apoyo con una opción irreversible.
La historia de Ana Cristina González muestra la capacidad de un movimiento para transformar leyes, pero también evidencia los riesgos de alterar consensos sociales sobre la vida. El futuro del debate dependerá de si Colombia puede equilibrar derechos y deberes sin sacrificar a los más indefensos.
Para muchos, el verdadero desafío no radica en mantener el fallo judicial, sino en reabrir un diálogo nacional que permita soluciones integrales. Esto implicaría políticas que prevengan embarazos no deseados y fortalezcan la contención social, sin recurrir al aborto como respuesta principal.