
El peronismo cordobés atraviesa una pulseada interna que podría definir su suerte en octubre. Martín Llaryora quiere sumar a Natalia de la Sota al segundo lugar de la lista que encabezará Juan Schiaretti para evitar que La Libertad Avanza se quede con el triunfo en la provincia. Pero el exgobernador arrastra viejos desencuentros con la hija de su histórico socio político, alimentados por diferencias de estilo y alineamientos nacionales.
La ecuación electoral es clara: las encuestas le dan a De la Sota entre 10 y 17 puntos, casi la misma diferencia que separa hoy al peronismo cordobés de los libertarios. En El Panal, sede del Gobierno cordobés, lo ven como un caudal decisivo. Sin embargo, en el búnker de Natalia rechazan la idea de que sea “funcional a Milei” y recuerdan que el propio Schiaretti votó a favor de la Ley Bases, en una respuesta que dejó expuestas las grietas internas.
El trasfondo es más que personal. De la Sota cosecha apoyo del peronismo ortodoxo, poco entusiasmado con el “Partido Cordobés” de Llaryora, que prioriza acuerdos con intendentes radicales aliados. La resistencia de Schiaretti a cualquier vínculo con el kirchnerismo o el massismo complica aún más la negociación: en el entorno del exgobernador siguen pesando las fotos de Natalia con Alberto Fernández y Sergio Massa.
A días del cierre de listas, en el oficialismo ya circula un plan B: buscar a una mujer peronista sub 50 como número dos de Schiaretti, lo que dejaría a De la Sota fuera del armado y enterraría la idea de incorporar figuras como Diana Mondino para disputar el voto libertario. La jugada, sin embargo, podría fragmentar aún más el voto justicialista y beneficiar a Milei.
El massismo, sin estructura formal en Córdoba, se encolumna con De la Sota, reforzando su campaña con consultores brasileños ligados a Duda Mendonça, que también trabajaron con Massa en 2023. En el Panal minimizan el impacto y aseguran que la diputada terminará en torno al 6% de los votos; cerca de ella responden con ironía: “Si dicen 10, mide 15”.
En definitiva, el cierre de listas del domingo será la última oportunidad para que el peronismo cordobés elija entre la unidad o la dispersión. La decisión no solo impactará en el resultado provincial, sino que puede convertirse en un test nacional sobre la capacidad de Llaryora para ordenar su propio espacio y contener viejas rencillas en un año electoral feroz.