
El PRO porteño cerró un acuerdo electoral con La Libertad Avanza que, según sus dirigentes, es “lo menos malo” frente a las alternativas. La apuesta es clara: garantizar gobernabilidad en CABA, asegurar bancas en el Congreso y frenar el avance del peronismo. Sin embargo, puertas adentro del macrismo muchos reconocen que no es un matrimonio por amor, sino un pacto por conveniencia.
La ingeniería política de Mauricio Macri logró acercar posiciones con el círculo de Karina Milei, pero no sin costos internos. Referentes como María Eugenia Vidal dejaron en claro que el acuerdo no los entusiasma y que su apoyo legislativo a Milei será selectivo. Otros dirigentes, como Cristian Ritondo, celebran la alianza como un freno al “avance K”, pero admiten que la convivencia con los libertarios es un experimento con fecha de revisión.
En paralelo, el gobernador de Chubut, Ignacio Torres, y otros mandatarios de signo moderado ya mueven fichas para ofrecer en 2027 una tercera opción que rompa con la polarización entre kirchnerismo y mileísmo. Este “plan B” seduce a sectores del PRO que aceptaron a regañadientes el pacto amarillo-violeta y no descartan saltar a ese espacio si la alianza actual se desgasta.
El cálculo inmediato del macrismo es pragmático: en un escenario donde todas las legislativas se han nacionalizado, atar su suerte a Milei podría mejorar el diálogo y la convivencia política en la Ciudad. Pero a largo plazo, el riesgo es quedar asociados a un gobierno cuyo desgaste puede ser tan rápido como su ascenso.
Con las elecciones del 26 de octubre como primera prueba, el PRO porteño juega una partida de ajedrez en la que cada movimiento está pensado para hoy… y también para no quedar atrapado mañana. La incógnita es si el tablero político les permitirá cambiar de bando cuando lo crean necesario.