
Con reservas que dependen cada vez más de deuda, el Gobierno enfrentó una licitación donde solo renovó el 61â¯% de los vencimientos generando un excedente de alrededor de 5,7 billones de pesos que quedó liberado”. Esa inyección de pesos amenazaba con alimentar una nueva ola de inflación o espiralizar la cotización del dólar.
En los últimos días, el Gobierno activó una serie de medidas para contener las presiones sobre el dólar que dejaron en evidencia tanto su diagnóstico de la economía. La reacción fue inmediata: el Banco Central anunció que, desde el lunes, aumentará los encajes bancarios para absorber esos pesos, habilitando que parte de esa exigencia se cubra con nuevos títulos públicos. En paralelo, el Ministerio de Economía convocó a una licitación extraordinaria de deuda para el mismo lunes, con el objetivo explícito de “secar” los pesos. Luis Caputo explicó que se trata de una política de intervenir solo si la emisión monetaria supera cierto umbral y no alterar el mercado cambiario mientras el dólar se mantenga en sus bandas.
Pero la racionalidad técnica no alcanza para calmar el clima. Las tasas subieron con fuerza -las cauciones al 72 % anual y las Badlar por encima del 45 %- y los bancos expresaron su malestar por cambios repentinos que achican sus márgenes y complican la operatoria. Para evitar un cortocircuito de liquidez, el gobierno habilitó una ventanilla exprés de asistencia a las entidades, intentando evitar un estrés mayor en el sistema.
En comparación, la estrategia actual recuerda, aunque con diferencias clave, al modelo que implementó el macrismo con las Leliqs: absorber pesos para contener el dólar, subir las tasas para tentar a los inversores a quedarse en moneda local y enfriar la economía para reducir la presión inflacionaria. Sin embargo, mientras aquel esquema terminó atrapado en un círculo de tasas altas, recesión y creciente stock de pasivos remunerados, el mileísmo intenta mantener el endeudamiento en pesos como instrumento más flexible, acotando el plazo y ajustando las condiciones de colocación según la coyuntura. El riesgo es que, si la suba de tasas se prolonga y la actividad se resiente, la similitud con aquel modelo, sea también en sus consecuencias: un costo financiero creciente que, lejos de estabilizar, termine asfixiando a la economía real.
Más allá de la coyuntura, estas medidas muestran que el oficialismo prioriza el control monetario por sobre la flexibilidad, y que recurre a la emisión de deuda en pesos como herramienta de política económica más que como instrumento de financiamiento. Es una estrategia que, por ahora, privilegia la contención por necesidad antes que por diseño, y que asume el riesgo de tensar al sistema financiero en un contexto de expectativas frágiles. En última instancia, el verdadero interrogante no es si el dólar se moverá en el corto plazo, sino si esta forma de administrar la tensión -basada en absorber, restringir y esperar- puede producir un verdadero crecimiento económico que genere la confianza necesaria hasta 2027 sin provocar un desgaste político que ni las tasas ni los encajes podrán contener.