17/08/2025 - Edición Nº922

Internacionales

Diplomacia de salón y soberanía declamada

“¡Viva el rey!”: el grito que desnuda la sumisión del servicio exterior argentino

17/08/2025 | El embajador en España, Wenceslao Bunge Saravia, íntimo del canciller Werthein y hombre del círculo íntimo del poder, aplaudió a la monarquía en un acto en homenaje a San Martín.



El homenaje a San Martín en Madrid terminó convertido en una postal incómoda para la diplomacia argentina. Allí, el embajador Wenceslao Bunge Saravia, representante del gobierno de Javier Milei en España, cerró el acto con un grito que resonó más fuerte que las palabras protocolares: “¡Viva el rey!”. No fue un exabrupto. Fue un símbolo. Un gesto que reaviva el debate sobre la pérdida de soberanía, los privilegios de la carrera diplomática y la incoherencia del gobierno de Milei en política exterior.

Porque ¿qué significa que el representante de un país que todavía discute con Gran Bretaña por las Islas Malvinas y que carga en su memoria histórica con las luchas emancipadoras contra la corona, rinda honores a la monarquía extranjera en un acto dedicado al Libertador?

El episodio expone la contradicción de un servicio exterior más preocupado por quedar bien en los salones europeos que por sostener una política soberana. La diplomacia argentina parece haberse convertido en un club de privilegios y contactos personales, donde los vínculos con el poder pesan más que la formación o la defensa de los intereses nacionales.

El embajador de los íntimos

Wenceslao Bunge Saravia no es un desconocido en ese circuito. Amigo íntimo del canciller Gerardo Werthein, llegó a la embajada en Madrid sin carrera diplomática previa. Su designación refleja un patrón repetido: los puestos más codiciados se reparten entre amigos del poder, empresarios con buenos vínculos o personajes cercanos al círculo presidencial.

El problema no es solo de nombres, sino de consecuencias: cada embajador es la voz oficial de la Argentina en el exterior. Cuando esa voz se utiliza para vitorear a una monarquía extranjera en lugar de reafirmar los valores republicanos y soberanos, se erosiona la credibilidad de todo el país.

Milei y sus “mieles del poder”

Javier Milei llegó al gobierno declamando que venía a dinamitar la “casta política”. Pero en materia internacional se apoya en una casta diplomática aún más cerrada: embajadores amigos, representantes que viajan en primera clase, salarios en dólares, inmunidades y privilegios que contrastan con la realidad de un país que se empobrece a diario.

Mientras el Gobierno exige “austeridad” a los ciudadanos, sus diplomáticos se pasean por recepciones y banquetes, levantando copas y banderas ajenas. Esa es la contradicción más brutal: un Estado que ajusta a los de abajo, pero que mantiene intacta la alfombra roja para los suyos en el exterior.

¿Soberanía o vasallaje?

El episodio del “¡Viva el rey!” no puede minimizarse como un gesto anecdótico. San Martín dedicó su vida a liberar a América del dominio colonial. Que su memoria sea honrada con loas a la corona española es, como mínimo, una afrenta histórica.

La soberanía no se defiende solo con discursos altisonantes sobre Malvinas o con viajes relámpago a foros internacionales. Se defiende con gestos, con coherencia y con diplomáticos que tengan en claro a quién representan.

Hoy, la imagen que deja la diplomacia argentina es la de una república arrodillada en los salones de la realeza, mientras el pueblo que paga esos costos apenas sobrevive.

La Cancillería de Milei y Gerardo Werthein, no puede ser un club de amigos ni una pasarela de privilegios. Si el servicio exterior argentino sigue funcionando como un refugio de élites desconectadas, cada “¡Viva el rey!” será un recordatorio brutal de que la soberanía nacional no se pierde en una batalla, sino en los salones alfombrados de la diplomacia complaciente.