
África es descrita con frecuencia como el continente más rico en recursos del planeta, pero también como uno de los más pobres en términos de desarrollo humano. La contradicción se explica por una serie de factores históricos, políticos y económicos que han impedido que la explotación de minerales y petróleo se traduzca en bienestar para la población. La llamada "maldición de los recursos" ha convertido la abundancia en una trampa de dependencia.
Hoy el continente concentra minerales esenciales para la transición verde, como el cobalto, el litio y el cobre. Sin embargo, más del 60 % de las exportaciones de muchos países siguen siendo materias primas sin procesar, lo que refuerza la condición de economías de enclave. La volatilidad de los precios internacionales y la concentración del refinado en manos extranjeras agravan una situación que perpetúa la desigualdad.
Según la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), África es la región más dependiente de los commodities en el mundo. En países como Nigeria o Angola, el petróleo representa casi la totalidad de sus ingresos por exportaciones. En la República Democrática del Congo, el 74% del cobalto mundial se extrae en sus minas, pero los beneficios quedan en su mayoría en manos de compañías extranjeras que trasladan el mineral para su refinado, principalmente en China.
Esta dependencia tiene un alto costo. La llamada "enfermedad holandesa" provoca que las divisas generadas por el extractivismo revalúen las monedas locales y resten competitividad a sectores como la agricultura y la manufactura. El resultado es una economía frágil, expuesta a la caída de los precios internacionales y con limitadas opciones de diversificación.
No todos los países han gestionado igual sus recursos. Botsuana, por ejemplo, utilizó la explotación de diamantes para impulsar políticas de redistribución y estabilización fiscal. Gracias a una alianza público-privada y a fondos soberanos bien diseñados, el país logró evitar los peores efectos de la volatilidad y se presenta como una excepción dentro del continente.
En contraste, Nigeria muestra el lado oscuro de la dependencia. A pesar de ser uno de los principales exportadores de petróleo del mundo, más de 130 millones de nigerianos viven en pobreza multidimensional. La corrupción, la falta de infraestructura y la dependencia del crudo han impedido que la riqueza natural se transforme en desarrollo humano sostenible.
La transición energética global ha colocado a África en el centro de las disputas geoeconómicas. La demanda de minerales críticos, en particular el cobalto, ha convertido a países como la República Democrática del Congo en escenarios de tensión entre potencias. China concentra cerca del 75% del refinado mundial de cobalto, lo que limita la capacidad africana de capturar valor agregado y condiciona sus posibilidades de industrialización.
Frente a esta situación, algunos gobiernos han intentado imponer prohibiciones a la exportación de minerales en bruto. Namibia y Zimbabue, por ejemplo, exigen cada vez más procesamiento local antes de permitir la salida de litio. Sin embargo, sin infraestructura ni energía suficiente, estas medidas corren el riesgo de incentivar el contrabando y ahuyentar inversiones.
El comercio intraafricano representa apenas un 15 % del total, una cifra muy baja si se compara con Europa o Asia. La Zona de Libre Comercio Continental Africana (AfCFTA) busca revertir esta tendencia fomentando cadenas de valor regionales. Si la iniciativa prospera, podría aumentar la industrialización y reducir la dependencia de compradores externos.
Uno de los proyectos más ambiciosos en curso es el corredor de Lobito, que conectará el Atlántico con las zonas mineras de cobre y cobalto en Angola, Zambia y la RDC. Financiado por EE.UU., la UE y socios del G7, pretende facilitar el transporte y estimular industrias de baterías en la región. Su éxito, no obstante, dependerá de la estabilidad política y de la capacidad de los Estados para controlar la corrupción.
La paradoja africana es una combinación de riqueza natural y pobreza social que persiste desde la época colonial. Si bien existen ejemplos de buena gestión, la regla general ha sido la dependencia y la fuga de rentas. El continente enfrenta ahora una oportunidad única: convertirse en el eje de la transición energética global. Pero sin instituciones sólidas, transparencia y proyectos de valor agregado, esa oportunidad puede repetirse como otra versión de la maldición de los recursos.
El futuro de África dependerá de su capacidad para transformar materias primas en desarrollo humano. Si las reformas avanzan y la integración regional se consolida, el continente podría romper el ciclo de dependencia. De lo contrario, seguirá siendo el escenario de una contradicción histórica: abundancia de recursos en medio de la pobreza masiva.