
El panorama del entretenimiento ha cambiado drásticamente en las últimas décadas, y el streaming, con plataformas como HBO Max, Prime Video y Disney+, está comenzando a parecerse cada vez más a la televisión por cable que dominó durante años. Originalmente, el cable surgió como una solución innovadora para llevar señales de televisión a lugares donde las antenas no llegaban, como ocurrió en Estados Unidos en los años 40 con John Walson, quien instaló una antena en una montaña para transmitir señales a su comunidad. En Argentina, el cable llegó en los años 60, con provincias como Salta y San Luis pioneras en adoptar este sistema para superar las limitaciones geográficas. Sin embargo, lo que comenzó como una solución práctica se transformó en un negocio masivo con canales premium como HBO, que debutó en los 70 y marcó un antes y un después en el modelo de suscripción.
Hoy, el declive del cable es evidente. En Estados Unidos, 2023 marcó la mayor pérdida de suscriptores desde 1992, y en Argentina, según datos de Enacom, el número de usuarios cayó de 9.52 millones en 2022 a 9.16 millones en 2023. Este descenso refleja un cambio en los hábitos de consumo, con una creciente preferencia por el streaming, que ya alcanza un 61% de penetración en el país, según un informe publicado en Infobae de 2024. Sin embargo, el streaming está replicando los mismos problemas que hicieron que el cable comenzara a perder atractivo: la fragmentación del contenido. Con tantas plataformas compitiendo, los usuarios se ven obligados a suscribirse a múltiples servicios para acceder a sus programas y películas favoritos, un escenario que recuerda a los paquetes de canales premium del cable.
Otro paralelismo con el cable es la creciente presencia de publicidad en el streaming. Aunque las plataformas on demand prometían una experiencia sin interrupciones, muchas han introducido planes con anuncios para ofrecer opciones más económicas, y un 21% de los argentinos, según el informe mencionado, está dispuesto a tolerar publicidad si el contenido es gratuito. Estas publicidades, potenciadas por algoritmos que las hacen más dirigidas, son una estrategia para compensar la pérdida de ingresos por suscripciones. Sin embargo, esta práctica evoca las largas tandas publicitarias del cable, que muchos espectadores encuentran agotadoras e irrelevantes, lo que genera una sensación de déjà vu en un medio que se suponía revolucionario.
Además, las plataformas de streaming están adoptando medidas que limitan la flexibilidad de los usuarios, como eliminar la posibilidad de compartir cuentas, restringir planes básicos sin publicidad y reducir el acceso a múltiples pantallas simultáneas. Estas restricciones, diseñadas para maximizar los ingresos, hacen que el streaming se sienta cada vez más como el modelo de suscripción rígido del cable, donde las opciones del consumidor se ven limitadas por decisiones comerciales. La proliferación de servicios también significa que el contenido está más disperso que nunca, obligando a los usuarios a navegar por un ecosistema fragmentado donde no es posible “ver todo” ni “pagar todo”.
Este panorama plantea un desafío para los consumidores: ¿cómo equilibrar el costo, el acceso y la experiencia en un entorno que parece retroceder a las limitaciones del pasado? Mientras el cable sigue perdiendo terreno y el streaming se consolida, los usuarios deben decidir si están dispuestos a aceptar un modelo que, aunque moderno en su tecnología, comienza a replicar las mismas dinámicas de exclusividad y saturación publicitaria que caracterizaron al cable en su apogeo.