
La ciudad de Cali vivió una jornada de horror tras un atentado con explosivos en plena zona urbana, que dejó un saldo de muertos y decenas de heridos. El ataque, atribuido preliminarmente a estructuras armadas ilegales, golpeó no solo a la capital del Valle del Cauca, sino también a la percepción de seguridad en todo el país. La violencia, antes concentrada en zonas rurales, se instaló ahora con fuerza en la vida cotidiana de los colombianos.
La conmoción se apoderó de los habitantes, quienes describen la sensación de que “la guerra se metió hasta la sala de la casa”. La frase, repetida por líderes comunitarios y ciudadanos, resume el miedo creciente de una población que observa cómo la violencia ya no se limita a territorios periféricos, sino que se manifiesta en espacios urbanos densamente poblados.
El atentado ocurre en un contexto de recrudecimiento del conflicto armado en el suroccidente de Colombia, donde las disidencias de las FARC y bandas criminales disputan corredores estratégicos para el narcotráfico y la extorsión. Esta pugna ha derivado en un aumento de ataques contra la fuerza pública y en hostigamientos a la población civil, que queda atrapada en medio de la confrontación.
Expertos advierten que el traslado de la violencia a las ciudades representa una nueva etapa del conflicto colombiano, donde el terrorismo urbano busca sembrar miedo, presionar al Estado y mostrar la capacidad de acción de los grupos ilegales en territorios altamente vigilados.
El presidente de la República condenó enérgicamente el atentado y anunció el despliegue de refuerzos militares y policiales en el Valle del Cauca. Asimismo, aseguró que no habrá impunidad y que se intensificarán las operaciones contra las estructuras responsables del ataque. “No permitiremos que el terrorismo vuelva a secuestrar la vida urbana de los colombianos”, afirmó en un mensaje a la nación.
No obstante, la oposición cuestionó la estrategia de seguridad y denunció que las políticas del Gobierno han sido insuficientes para contener la expansión de los grupos armados. Algunos dirigentes señalaron que los diálogos de paz abiertos en los últimos años no han impedido que facciones disidentes retomen el camino de la violencia.
No es Gaza, es Cali.
— Alejandra Cifuentes (@AlejandraCifR) August 22, 2025
Hasta cuando tenemos que soportar tanto dolor, tanta violencia?
Basta ya! 💔 pic.twitter.com/9r5HNOVEK0
Las calles de Cali quedaron marcadas por el miedo y el silencio tras la explosión. Familias enteras lloran a las víctimas, mientras organizaciones sociales advierten sobre el trauma colectivo que deja la presencia del terrorismo en entornos cotidianos. En barrios populares, la sensación de indefensión ha crecido, alimentada por la idea de que ni siquiera las ciudades ofrecen refugio frente a la guerra.
Al mismo tiempo, se multiplicaron expresiones de solidaridad. Cadenas de oración, marchas y vigilias espontáneas surgieron como respuesta ciudadana, con un mensaje claro: no permitir que el miedo destruya el tejido social que durante décadas ha resistido a la violencia.
Gobiernos de la región y organismos multilaterales condenaron el atentado, expresando respaldo al Estado colombiano en su lucha contra el terrorismo. Naciones Unidas recordó la importancia de fortalecer la protección de civiles y llamó a redoblar los esfuerzos para alcanzar una paz integral que evite el resurgimiento de estas dinámicas violentas.
La comunidad internacional también advirtió que los hechos en Cali pueden tener repercusiones en la estabilidad regional, dado que los corredores estratégicos del narcotráfico conectan con rutas hacia Centroamérica y el Caribe, generando impactos transnacionales.
🚨| ÚLTIMA HORA: Uno de los terroristas que realizó el atentado con bomba en Cali, Colombia que ha dejado 5 muertos y decenas de heridos 🇨🇴 tiene cuadros de personajes de izquierda en su casa y fotos vestido de guerrillero. El petrismo es un cáncer terrorista como el madurismo. pic.twitter.com/LTKOXYzzVq
— Eduardo Menoni (@eduardomenoni) August 21, 2025
El atentado en Cali marca un punto de inflexión para Colombia. La presencia del terrorismo en zonas urbanas reconfigura el escenario de seguridad y desafía directamente la capacidad del Estado para proteger a sus ciudadanos. La historia reciente demuestra que cada ciclo de violencia urbana abre heridas profundas y prolonga la incertidumbre social.
La pregunta que queda abierta es si el país podrá consolidar una estrategia que combine la fuerza militar con la construcción de paz en los territorios. El futuro inmediato exigirá liderazgo político, coordinación institucional y una apuesta decidida por blindar las ciudades, que hoy sienten con crudeza que la guerra ha tocado a su puerta.