
El presidente de China, Xi Jinping, visitó la región autónoma del Tíbet (Xizang) en el marco de los festejos por el 60.º aniversario de su fundación. En una ceremonia multitudinaria celebrada en Lhasa, frente al Palacio de Potala, Xi encabezó un mitin con la participación de más de 20.000 personas y de miembros destacados del Politburó, en un despliegue de fuerza política y simbólica.
La visita de Xi, la segunda al Tíbet desde que asumió el poder, fue interpretada como un movimiento para consolidar la presencia del Partido Comunista en una región históricamente sensible. Los discursos destacaron los logros económicos y sociales de las últimas décadas, con referencias al crecimiento del PIB local, la ampliación de infraestructura y proyectos estratégicos como el megaproyecto hidroeléctrico impulsado en la zona.
Durante los actos, Xi subrayó la importancia de garantizar la unidad étnica y religiosa, promoviendo el uso del idioma mandarín y la alineación del budismo tibetano con los valores socialistas. Estas consignas fueron presentadas como elementos esenciales para preservar la estabilidad política y asegurar el desarrollo económico de la región.
El mandatario también elogió el papel del Tíbet como parte estratégica de la seguridad nacional china, tanto por su ubicación geográfica como por su función en la protección de las fronteras con India.
Aunque las ceremonias se presentaron como una celebración cultural, organizaciones internacionales señalaron que el despliegue estuvo acompañado de fuertes medidas de seguridad y vigilancia. La presencia militar, las restricciones a la práctica religiosa y los controles a los asistentes reflejaron la prioridad del régimen en garantizar la estabilidad política frente a la diversidad cultural tibetana.
Activistas de derechos humanos denunciaron que el énfasis en la "sinicización" del Tíbet erosiona las tradiciones culturales y religiosas locales, imponiendo un modelo homogéneo bajo la narrativa del Partido Comunista.
El Gobierno chino destaca que en las últimas décadas el Tíbet ha experimentado una mejora significativa en infraestructura, educación y condiciones de vida, con indicadores económicos en ascenso. Sin embargo, críticos advierten que estos avances materiales se producen a costa de un debilitamiento de la identidad cultural tibetana y de la represión a voces disidentes.
El contraste entre desarrollo económico y control cultural plantea interrogantes sobre el futuro de la región: ¿podrá el Tíbet mantener su identidad mientras se integra al modelo de modernización promovido por Beijing?
La visita de Xi Jinping al Tíbet revela un doble objetivo: conmemorar seis décadas de control político y proyectar una imagen de estabilidad nacional. El despliegue de actos multitudinarios y el énfasis en la unidad muestran cómo el Partido utiliza el simbolismo cultural para legitimar su dominio.
Al mismo tiempo, la presencia reforzada del Estado en ámbitos culturales y religiosos evidencia las tensiones entre el discurso de progreso y la percepción internacional de represión. El Tíbet se consolida así como un escenario donde la narrativa oficial de desarrollo convive con un control estricto, dejando abierto el debate sobre el costo cultural de la estabilidad proclamada por Beijing.